San Marcos 2, 13-17
Hoy gustamos
en el evangelio el llamado de Mateo
El es el quinto
discípulo a quien Jesús llama es un “cobrador de impuestos, un aduanero, un
encargado de recaudación pública de Cafarnaúm.
Este hombre
se levantó y lo siguió. Con estos dos verbos queda expresada la ruptura de Leví
a su habitual estilo de vida, con su pasado de injusticia para seguir a Jesús.
Al atardecer Jesús se sienta a la mesa en casa de Mateo y muchos publicanos y
pecadores. El hecho de que en la comunidad estén juntos los discípulos judíos,
gente sin religión, recaudadores, descreídos, pecadores considerados impuros y
que están religiosamente discriminados, provoca la protesta de los maestros de
la Ley, que pretenden mostrar a los discípulos lo impropio de la conducta de su
Maestro.
Jesús no se
deja llevar por las clasificaciones corrientes que en su época originaban la
marginación de tantos hombres; y ante la reacción de los fariseos, encerrados
en su autosuficiencia y convencidos de ser los perfectos, su palabra es clara y
firme: “No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos porque no he
venido a llamar a los “justos”, sino a los “pecadores”.
La casa de
Mateo se convierte en figura de la nueva comunidad del Reino, compuesta de dos
grupos: el de los discípulos, al que pertenecen los primeros llamados, que
procedían del judaísmo, y el grupo de los otros seguidores, muy numerosos, que
no proceden de Israel. El centro de la nueva comunidad es Jesús; su espíritu es
la unión, amistad y alegría propias de un banquete.
Para el
discípulo, en esta lección, queda retratado el amor misericordioso de Dios,
manifestado en Cristo Jesús. Llamando a “pecadores”, a los débiles y los
enfermos, Jesús revela al Dios gratuito de aquellos que no lo pueden comprar.
Gustando de
esta escena de hoy pidamos al Señor el dinamismo, la sorpresa y novedad de su
presencia que llama más allá de los prejuicios, el gozo del banquete de la
comunidad nueva que es presencia de su Reino.