San Marcos, 2, 1-12
En este día
viernes la Iglesia nos regala en el Evangelio de Marcos este pasaje de sanación
de un paralítico. Jesús lo sana, y lo sana de sus pecados y también
físicamente.
Este
paralítico viene a Jesús de un modo extraño, porque no llega por sus propios
medios, y en ningún momento le pide la sanación. Más bien, cuatro hombres,
cuatro amigos, cuatro de la familia, que de alguna manera se interesaron por
él, lo llevaron a Jesús. Y lo llevaron como sea, porque por la cantidad de
gente levantaron el techo donde Jesús estaba y por allí descolgaron al enfermo.
Jesús al ver
la fe, no del paralítico, si no de esos hombres, lo sanó, perdonó sus pecados y
este hombre salió caminando.
Hoy también,
quizás, usted, yo podamos pensar en el valor de la oración de intercesión.
Quizás haya un hermano mío, que vive junto a mí en el trabajo, alguien de mi
propia familia, de mi colegio, alguien que conozco, que está pasando por un
momento de dolor, de dificultad, de enfermedad, de vida de pecado alejado de
Dios, alguna situación fea, triste. Y aunque él, en la vida, no le pide al
Señor la gracia del cambio, aunque él quizás todavía no se dé cuenta de eso, o
porque no conoce al Señor, porque nadie le ha ayudado a crecer en la fe.
Quizás hoy,
a la luz de este texto, podemos pensar que mi oración por él es escuchada por
el Señor, el amor que puedo tener por esa persona puede llegar también a obrar
el milagro.
Pide por ese familiar tuyo, pide por ese amigo,
por ese compañero; el Señor ve tu fe y obra en él, obra en ella.