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12 de enero

San Marcos 1, 40-45

Si hoy escuchan la voz del Señor no endurezcan sus corazones. (Hebreos)

Si hoy... Al leer estas dos palabras una y otra vez, el peso de su potencial empieza a calar hondo. ¿Y si hoy es el día? ¿Y si hoy oigo la voz de Dios?

¿Tan claramente como Moisés? Dios lo llamó desde la zarza: ¡Moisés! Moisés. Él respondió: "Aquí estoy". (Éxodo 3:4)

¿Tan claro como Samuel? El Señor llamó a Samuel, que respondió: "Aquí estoy". (1 Samuel 3:4)

¿Tan claramente como Pedro y Andrés? Les dijo: "Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres". Al instante dejaron las redes y le siguieron. (Mateo 4:19-20)

En cuanto a mí, tiendo a presionar a Dios para que se produzca conmigo un encuentro similar a los anteriores. Nada me gustaría más que Dios no dejara lugar a especulaciones sobre lo que quiere de mí. La vida sería mucho más sencilla. Mucho más clara.

 

Pero entonces, ¿qué trabajo estoy poniendo en el potencial de tal encuentro? ¿Cómo me estoy preparando para poder escuchar su voz? ¿Y si ya ha hablado y no me he dado cuenta en medio del ruido de la vida? Aquí, el leproso del Evangelio de hoy puede tener algo que enseñarnos:

Se le acercó un leproso y, arrodillándose, le suplicó: "Si quieres, puedes limpiarme".

El leproso acudió a él. Para poder oír la voz de Dios, se colocó donde podía oír a Dios; donde podía ser encontrado. Este encuentro que leemos nos trae la esperanza de un encuentro así para nosotros, pero incluso así, esto no es algo seguro. Muchos rezan por cosas que no se cumplen. Sólo una pequeña parte de los que han peregrinado a Lourdes (Francia) han recibido una curación milagrosa. Ojalá estas expresiones de fe aportaran la seguridad que buscamos. Pero hay otra parte de la ecuación; algo más que el leproso puede enseñarnos:

Si quieres... Aquí está el núcleo duro de la fe. Aquí está la entrega que define la fe - esa muestra activa de nuestra confianza en Dios de que él conoce nuestros deseos más profundos y, él mismo, desea nuestro mayor bien. No sólo eso, sino que en esa entrega llegamos a imitar a nuestro Señor Jesucristo, que vivió la misma entrega en el huerto de Getsemaní. Lo mismo hicieron Moisés, Samuel, Pedro, Andrés y todos aquellos que confiaron tanto en Dios. Hagámosles compañía y sigamos su ejemplo de entrega para que, si hoy oímos la voz de Dios, nuestro corazón lo acoja.