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11 de enero


 San Marcos 1, 29-39

En esta primera semana del Tiempo Ordinario, en la que seguiremos el relato de la Buena Nueva proclamado por Marcos, tenemos una imagen cercana de Jesús al comienzo de su ministerio. Después de vencer la tentación del desierto, va a la sinagoga y comienza a predicar y a expulsar demonios. Hay personas que tienen espíritus interiores que se resisten a Dios. Les tortura su falta de paz. Marcos nos dirá una y otra vez que son estos demonios los que, aunque se oponen a Jesús, realmente saben y reconocen quién es. El ministerio de Jesús, desde el principio, es un ministerio de curación, de liberación de todo lo que se interpone en el camino de la gracia.

Acaba de llamar a los primeros seguidores, y Pedro y Andrés le invitan a su casa. Jesús va con ellos y le presentan a la madre de la mujer de Pedro. Está enferma y tiene fiebre. Sin dudarlo, el corazón de Jesús se dirige hacia ella y la libera. En un poderoso primer símbolo de lo que la curación de Jesús hace por nosotros, la mujer se levanta y les sirve la comida. La libertad nos capacita para servir. La curación de Jesús consiste en desatarnos para que podamos amar a los demás. Su curación disuelve la resistencia que crea aquello con lo que estamos luchando.

Jesús pasa a realizar el mismo ministerio "por toda Galilea". Mientras los líderes religiosos querrán discutir con él y desafiarle, la gente necesitada sigue acudiendo a él.

Es un gran día para dejar que Jesús visite nuestra casa. No importa la "resistencia" que podamos tener, él está dispuesto a tocar y curar. Aunque no seamos libres para amar desinteresadamente, él está aquí para desatarnos, curar las heridas del pasado y hacernos experimentar su amor incondicional.

La Carta a los Hebreos fue escrita a una comunidad desanimada que había pasado por muchas cosas. Escucharemos cómo se les asegura que Jesús comprende. El pasaje de hoy es muy consolador. Él es capaz de ayudarnos a los que "estamos siendo probados", porque "él mismo fue probado por lo que padeció".

De cualquier manera que estemos siendo probados hoy, dirijámonos a quien nos comprende y está aquí para nosotros, para aliviar nuestra lucha y ofrecernos su amor liberador. Y, cuanto más le dejemos amarnos y curarnos, más capaces seremos de levantarnos en servicio de y para los demás. Es lo que anhelamos. Es lo que él anhela. Cuando nuestro anhelo coincide con el anhelo que Jesús tiene por nosotros, entonces sucede la gracia y el amor se libera.