San Marcos 1, 29-39
En esta
primera semana del Tiempo Ordinario, en la que seguiremos el relato de la Buena
Nueva proclamado por Marcos, tenemos una imagen cercana de Jesús al comienzo de
su ministerio. Después de vencer la tentación del desierto, va a la sinagoga y
comienza a predicar y a expulsar demonios. Hay personas que tienen espíritus
interiores que se resisten a Dios. Les tortura su falta de paz. Marcos nos dirá
una y otra vez que son estos demonios los que, aunque se oponen a Jesús,
realmente saben y reconocen quién es. El ministerio de Jesús, desde el
principio, es un ministerio de curación, de liberación de todo lo que se
interpone en el camino de la gracia.
Acaba de
llamar a los primeros seguidores, y Pedro y Andrés le invitan a su casa. Jesús
va con ellos y le presentan a la madre de la mujer de Pedro. Está enferma y
tiene fiebre. Sin dudarlo, el corazón de Jesús se dirige hacia ella y la
libera. En un poderoso primer símbolo de lo que la curación de Jesús hace por
nosotros, la mujer se levanta y les sirve la comida. La libertad nos capacita
para servir. La curación de Jesús consiste en desatarnos para que podamos amar
a los demás. Su curación disuelve la resistencia que crea aquello con lo que
estamos luchando.
Jesús pasa a
realizar el mismo ministerio "por toda Galilea". Mientras los líderes
religiosos querrán discutir con él y desafiarle, la gente necesitada sigue
acudiendo a él.
Es un gran
día para dejar que Jesús visite nuestra casa. No importa la
"resistencia" que podamos tener, él está dispuesto a tocar y curar.
Aunque no seamos libres para amar desinteresadamente, él está aquí para
desatarnos, curar las heridas del pasado y hacernos experimentar su amor
incondicional.
La Carta a
los Hebreos fue escrita a una comunidad desanimada que había pasado por muchas
cosas. Escucharemos cómo se les asegura que Jesús comprende. El pasaje de hoy
es muy consolador. Él es capaz de ayudarnos a los que "estamos siendo
probados", porque "él mismo fue probado por lo que padeció".
De cualquier
manera que estemos siendo probados hoy, dirijámonos a quien nos comprende y
está aquí para nosotros, para aliviar nuestra lucha y ofrecernos su amor
liberador. Y, cuanto más le dejemos amarnos y curarnos, más capaces seremos de
levantarnos en servicio de y para los demás. Es lo que anhelamos. Es lo que él
anhela. Cuando nuestro anhelo coincide con el anhelo que Jesús tiene por
nosotros, entonces sucede la gracia y el amor se libera.