San Lucas 1, 67-79
Hoy como
hace más de dos mil años, Cristo viene a nacer a nuestro corazón. Él, como dice
el evangelio, cumple su promesa, mostrándonos su misericordia, para sacarnos de
las tinieblas en que vivimos y guiarnos por el camino de la paz. Él viene para
ser luz y para dar paz.
Él es la estrella que brilla en medio de la
oscuridad de nuestro caminar por esta vida. Pero para encontrar esa luz,
debemos apagar todo lo que nos impide ver la estrella de Belén que nos guía a
Él. Y para encontrar esa paz, debemos salir del barullo y ruido de la ciudad,
para encontrarlo en una cueva.
En la
Navidad todo mundo sabe que hay alegría y fiesta, pero no todos saben el
motivo. Muchas veces escuchamos y decimos: “¡Feliz Navidad!” a toda persona que
nos encontramos; pero algunas veces nos olvidamos de felicitar al festejado. La
Navidad es un tiempo de amor, gozo y paz. Pero no debemos perder de vista que
la gran alegría, noticia y don, es que Dios se hizo hombre por nosotros. En
esta Navidad, recordemos al Recién Nacido y con los pastores, ofrezcámosle lo
mejor que tenemos.
Jesús, esta
noche vamos a contemplar tu cuerpecito envuelto en pañales y buscando calor.
Déjame esta Navidad, ofrecerte un corazón caliente, amoroso, que te proteja del
frío de la noche. Gracias por hacerte uno como nosotros; permítenos esta noche
a nosotros hacernos como Tú: niños, que aprendamos a ver en todo el amor de tu
Padre, incluso en el frío y soledad de la noche, como tu primera noche hecho
hombre. Esta noche, sí queremos estar junto a ti y deseamos que esta vez sí
seas Tú el centro de la fiesta.