San Mateo
10,17-22
Seguimos festejando la alegría de un Dios que
viene a salvarnos, que se hace carne, que asume nuestra naturaleza para
elevarnos y para hacernos Hijos en el Hijo. Es una alegría que recién empieza y
que se va a extender a lo largo de este tiempo de Navidad. Y en el marco de
este gozo navideño, nos encontramos con la paradoja de la fiesta de san
Esteban, primer mártir de la Iglesia. Un contraste grande, pero que incluso nos
puede ayudar a meternos más y mejor en este misterio de la navidad.
En primer
lugar, Dios se entrega para que nosotros también nos entreguemos. Esto que
parece un juego de palabras es la síntesis de nuestra vida de fe. Estamos
llamados, tenemos una misión, tenemos a un Dios que se ocupa de nosotros y que
nos conoce. Sabe de nuestras virtudes y sabe de nuestras limitaciones, sabe que
solos no podemos y por eso Él mismo entra en el juego. La navidad nos muestra
que el que tiene la iniciativa, el que nos primerea es el mismo Dios. Un Dios
que viene a salvarnos, y esa salvación quiere llegar a todos
En segundo
lugar, lo grande es el testimonio. Todo lo que nos presenta la Palabra en este
día es para descubrir que nada es fácil, pero que el Espíritu Santo nos estará
acompañando y pese a lo terrible de las circunstancias, la perseverancia
prevalecerá y salvará. Cuando encontramos tantos obstáculos, eso es una buena
señal, porque el enemigo siempre busca bloquearnos, detenernos, paralizarnos.
Tan solo un día después de navidad, hacemos memoria de Esteban.
Si el hijo de Dios se hizo hombre en serio fue
para que también nosotros seamos hijos en serio. El evangelio y el testimonio
de Esteban nos muestra que la fe no puede ser algo superficial, no puede ser
una decoración bonita nada más, no puede ser algo que surge para adornar
algunos momentos del año. La encarnación está para vivirla en lo concreto y en
el día a día. La fe implica compromiso vivo, activo y eficaz. La fe es
concreta, la fe es testimonio en los momentos de prueba.
No te quedes
pensando en lo doloroso de la persecución, en el sufrimiento de la prueba, póngase
a pensar en lo grande del testimonio. No es contar lo que tu hiciste por Dios,
sino lo que Dios hizo y sigue haciendo en tu vida. ¿Te estás dejando sostener
por Dios? Deja que el Señor vea tu fragilidad, pero también tu deseo de anunciarlo
y de seguirlo.
Por último, persevera.
El evangelio termina diciendo que “aquel que persevere hasta el fin se
salvará”. Es una invitación a la fidelidad. Pedir la santa fidelidad es una de
las gracias más hermosas. Saber que, a pesar de todo, uno busca a Dios. Y si uno lo busca, Él se deja encontrar. Pon la
mirada en el Señor y, sobre todo, descubrí el mensaje de Jesús, que te dice que
tienes que caminar confiado, pero no ingenuo.