San Lucas 7, 19-23
Hoy
celebramos a san Juan de la Cruz. En medio de este tiempo de preparación a la
noche buena y a la navidad, que es el adviento, nos aparece esta fiesta. De
este gran doctor de la Iglesia, que junto con santa Teresa de Ávila, nos enseña
a ser profundos en el amor, a vencer la superficialidad y a encontrarnos cada
vez más en lo hondo del corazón y en lo profundo de la vida de la comunidad, a
Dios que nos ama, que nos espera, que nos quiere y que nunca nos abandona.
En el pasaje
bíblico de hoy vemos que la vida implica
buscar si queremos encontrar algo o a alguien. Para el beneficio de sus
discípulos, Juan Bautista quiso saber si Jesús era el prometido. La respuesta
de Jesús a los dos discípulos fue hablar de su misión y de lo que estaba
haciendo. No fue un simple ‘sí’ como tal. Él estaba cumpliendo las profecías al
proclamar la Buena Nueva y al sanar a los enfermos. Él fue auténtico.
El Espíritu
nos tiene que animar a hacer sentir en nuestras vidas que somos amados por Dios.
El Espíritu nos tiene que animar a vivir firmes en la esperanza, a no sentirnos
defraudados por las dificultades de la vida.
El Espíritu nos tiene que animar a manejarnos
con entrañas de misericordia, saber perdonar y reconciliarnos, algo tan propio
que se nos pide en este tiempo de la iglesia. El Espíritu nos tiene que animar
a tener una mística de la comunión, no de la división o de la fragmentación.
El Espíritu nos tiene que animar a tener un
fervor misionero y no a vivir una religiosidad más autista o solamente
individual. El Espíritu nos tiene que animar, en la entrega cotidiana, ahí es
donde se juega el gran sí, que en algún momento, animados por el Espíritu,
tenemos que darle a Dios. Ese gran sí, que no es sino la no improvisación,
porque hemos estado dando muchos pequeños sí, en los desafíos de cada día y de
cada momento.
Que por la
intercesión de san Juan de la Cruz, entendamos que el Espíritu nos hace tener
la mística del amor a Dios y el amor a los hermanos. Que es la mística
cristiana.