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10 de diciembre

San Mateo 17, 10-14

Desde hace algunos días que nos encontramos inmersos en el tiempo de adviento, propicio para cultivar en nuestros corazones la capacidad de acoger a Jesucristo en nuestras vidas. En el evangelio de hoy se nos indica cómo la gente esperaba que Elías volviera para reconstruir las comunidades: reconducir el corazón de los padres hacia los hijos y el corazón de los hijos hacia los padres.

 Esta era la gran esperanza de la gente. Jesús interpreta que la esperanza de Elías se concretó en Juan el Bautista. Sin embargo, el pueblo no respondió como se esperaba. Prueba de ello es que Juan fue ejecutado. Lo mismo pasará con el Mesías, cuya intención será redimir a toda la humanidad, y también será víctima de quienes no lo acepten. Así se nos invita, así se nos desafía a acoger a Jesús, a convertir el corazón para su venida.

A veces nuestra vida espiritual se reduce a lo que "yo" creo. Me rijo por el "yo necesito", "yo rezo", y convertimos la fe en un "producto" que yo me preparo a mi medida y gusto. Sin embargo, no podemos aplicar esta regla para descubrir las cosas de Dios.

S. Juan de la Cruz fue un fraile carmelita que supo escuchar a Dios, que supo encontrarle. Lo hizo sobre todo en los momentos de mayor prueba en su vida. Recluído nueve meses en una estrecha y oscura prisión, fue allí, entre sufrimientos y privaciones donde vieron la luz sus más profundos y bellos poemas espirituales. Porque Dios vive, actúa y está presente en los hombres y en todas las creaturas de la naturaleza. Todo esto es posible cuando el presupuesto de nuestra oración dejo de ser "yo", y se convierte en el "Tu". Cuando dejo de "oírme" y comienzo a escuchar. Porque orar es, sobre todo, escuchar a Dios. Se requiere silencio y apertura de corazón.

Presentarse uno mismo, como es, con sinceridad ante el espejo del alma. Hace falta la valentía de aceptarse, con todos nuestros límites y virtudes, pero además, hace falta meter a Dios en esa aceptación, en ese diálogo. Es necesario conectarse a Dios desde la sinceridad de uno mismo. Aquellos judíos no reconocieron a Juan, y no reconocerán a Jesucristo. Nosotros estamos en mejores condiciones. Las dificultades siempre las tendremos, pero podemos vencerlas si somos sinceros y si tenemos la firme convicción que nuestra "conexión" con Dios es la cosa más importante que tenemos y que nuestro "yo" está subordinado al Tú de Dios, que es AMOR.