San Mateo 11, 16-19
En el día
hoy a pocos días de celebrar la Fiesta
de Nuestra Señora de Guadalupe, recordamos a San Juan Diego Cuauhtlatoatzin, el
hombre en cuyos vestidos quedó impresa la imagen de la Madre de Dios.
“¡Amado Juan
Diego, ‘el águila que habla’! Enséñanos el camino que lleva a la Virgen Morena
del Tepeyac, para que ella nos reciba en lo íntimo de su corazón”, exclamó con
voz fuerte el Papa San Juan Pablo II durante la homilía de la misa de
canonización de San Juan Diego. Con esas palabras el Papa le pedía al vidente
de Guadalupe que nos muestre el camino del amor y piedad a nuestra madre, la
Virgen María, para que todos los fieles la amemos como este santo la amó.
El 9 de
diciembre de 1531, estando Juan Diego de camino por el monte del Tepeyac, se le
apareció la Virgen María. La “Señora”, quien se presentó como “la perfecta
siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios”, se dirigió a él y le
encomendó que se presente ante el obispo capitalino, Juan de Zumárraga, para
pedirle en su nombre que se construya una Iglesia en aquel lugar.
Juan Diego
accedió a llevarle la petición de la Señora al obispo, pero este no le creyó y
se negó a cumplir el pedido. La Virgen, entonces, se le apareció de nuevo a
Juan Diego y le pidió que insistiera. Al día siguiente, Juan Diego volvió a
encontrarse con el prelado, quien, escéptico, lo interrogó sobre la doctrina
cristiana y le pidió pruebas del prodigio que relataba.
El martes 12
de diciembre, la Virgen se presentó nuevamente a Juan Diego y lo consoló,
porque se hallaba muy triste, invitándole a subir a la cima de la colina del
Tepeyac para que recogiera flores y se las trajera. San Juan Diego accedió al
pedido de la Virgen. Cuando llegó a la cima encontró un brote de flores muy hermosas
y las colocó envueltas en su “tilma” (el manto típico con el que se revestían
los indios de la región). La Virgen luego le pidió que se las llevara al
obispo.
Estando
frente al Prelado, el Santo abrió su tilma y dejó caer las flores, pero
inesperadamente al caer estas dejaron expuesta sobre el tejido una imagen de
nuestra “Señora”, la Virgen de Guadalupe. Desde ese momento, aquella prodigiosa
imagen se convertiría en el corazón espiritual de la Iglesia en México y en una
de las mayores devociones marianas del mundo. La Virgen de Guadalupe habría de
cambiar el rumbo de la Evangelización de los pueblos americanos y sellaría para
siempre el vínculo entre la cultura hispánica y los pueblos originarios de
América.