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22 de septiembre

 

 


San Lucas, 8, 1-13

Una de las figuras que Jesús usa para referirse a los sacerdotes, y de alguna manera a todos los cristianos, es la de pastores. Pastores que cuidan el rebaño que les fue confiado. Así, un sacerdote es pastor de la gente de sus actividades pastorales, un padre es pastor de sus hijos, una persona es pastor de sus amigos y conocidos.

 Pero a la figura del pastor le falta algo que tiene otra figura usada por Jesús: la de pescadores. Mientras que los pastores cuidan sus ovejas, y nada más… los pescadores no cuidan su rebaño de pescaditos, sino que tienen que salir a buscarlos. Pescar es eso: ir a la búsqueda de algo que no tengo, y que no sé si llegaré a alcanzar.

En el Evangelio de hoy nos encontramos con que Jesús recorría las ciudades y los pueblos, predicando. Un Jesús que no se queda en su pueblo, con su familia y sus amigos. Un Jesús que sabía que mucha de la gente que iba a escucharlo buscaba algo diferente de lo que él quería darles. Que muchos iban a estar cerrados a sus palabras. Y muchos otros se iban a reír, burlar o enojar con lo que él decía.

 

Pero Jesús no tiene miedo. Camina, predica, anuncia. Y no sólo eso: lleva en su compañía a sus ovejitas. Les muestra, les enseña que si ellos no comparten con cualquiera esa Buena noticia… algo les va a faltar. Desde sus historias de haber sido salvadas, cada una de estas personas está llamada a compartir esa alegría, ese amor, esa salvación, con los demás.