San Lucas,
8, 1-13
Una de las
figuras que Jesús usa para referirse a los sacerdotes, y de alguna manera a
todos los cristianos, es la de pastores. Pastores que cuidan el rebaño que les
fue confiado. Así, un sacerdote es pastor de la gente de sus actividades
pastorales, un padre es pastor de sus hijos, una persona es pastor de sus
amigos y conocidos.
Pero a la figura del pastor le falta algo que
tiene otra figura usada por Jesús: la de pescadores. Mientras que los pastores
cuidan sus ovejas, y nada más… los pescadores no cuidan su rebaño de
pescaditos, sino que tienen que salir a buscarlos. Pescar es eso: ir a la
búsqueda de algo que no tengo, y que no sé si llegaré a alcanzar.
En el
Evangelio de hoy nos encontramos con que Jesús recorría las ciudades y los
pueblos, predicando. Un Jesús que no se queda en su pueblo, con su familia y
sus amigos. Un Jesús que sabía que mucha de la gente que iba a escucharlo
buscaba algo diferente de lo que él quería darles. Que muchos iban a estar
cerrados a sus palabras. Y muchos otros se iban a reír, burlar o enojar con lo
que él decía.
Pero Jesús
no tiene miedo. Camina, predica, anuncia. Y no sólo eso: lleva en su compañía a
sus ovejitas. Les muestra, les enseña que si ellos no comparten con cualquiera
esa Buena noticia… algo les va a faltar. Desde sus historias de haber sido
salvadas, cada una de estas personas está llamada a compartir esa alegría, ese
amor, esa salvación, con los demás.