San Mateo
19, 23-30
Cada 22 de
agosto la Iglesia Católica celebra la memoria de “Santa María, Reina de los
cielos y la tierra”.
Fue
instituida por el Papa Pío XII, en 1955 para venerar a María como Reina igual
que se hace con su Hijo, Cristo Rey, al final del año litúrgico. A Ella le
corresponde no sólo por naturaleza sino por mérito el título de Reina Madre.
María ha
sido elevada sobre la gloria de todos los santos y coronada de estrellas por su
divino Hijo. Está sentada junto a Él y es Reina y Señora del universo.
María fue
elegida para ser Madre de Dios y ella, sin dudar un momento, aceptó con
alegría. Por esta razón, alcanza tales alturas de gloria. Nadie se le puede
comparar ni en virtud ni en méritos. A Ella le pertenece la corona del Cielo y
de la Tierra.
María está
sentada en el Cielo, coronada por toda la eternidad, en un trono junto a su
Hijo. Tiene, entre todos los santos, el mayor poder de intercesión ante su Hijo
por ser la que más cerca está de Él.
La Iglesia
la proclama Señora y Reina de los ángeles y de los santos, de los patriarcas y
de los profetas, de los apóstoles y de los mártires, de los confesores y de las
vírgenes. Es Reina del Cielo y de la Tierra, gloriosa y digna Reina del
Universo, a quien podemos invocar día y noche, no sólo con el dulce nombre de
Madre, sino también con el de Reina, como la saludan en el cielo con alegría y
amor los ángeles y todos los santos.
La realeza
de María no es un dogma de fe, pero es una verdad del cristianismo. Esta fiesta
se celebra, no para introducir novedad alguna, sino para que brille a los ojos
del mundo una verdad capaz de traer remedio a sus males.