San Lucas 6,6-11
Los fariseos
están furiosos contra Jesús. Jesús “sabía lo que pensaban” y capta ese clima
tenso. Pero eso no lo frena para hacer el bien. Hace poner al enfermo de pie,
lo hace levantar y lo pone en medio. Le devuelve su dignidad. Jesús no nos
quiere aplastados por la malicia de los perversos. Lo hace valer en su dignidad
de persona, que esté bien erguido, parado, que lo vean bien. Es un hijo de Dios
que necesita ayuda. Jesús no quiere que vivamos aplastados, que no aplastemos a
nadie, y que nadie nos aplaste. Todos somos valiosos para Dios por ser sus
hijos. Nos hace poner en pie en la vida ante las fuerzas opresoras y
aplastantes que entorpecen la existencia alienando la vida. Dios nos quiere
firmes, levantados y en pie. Un enfermo es una persona no firme. La palabra
enfermo viene del latín infirmus, es el que no está firme. El enfermo primero
se levantó y luego permaneció en pie. Son dos actitudes ante las fuerzas del
mal que buscan oprimir. Levantarnos en el nombre de Jesús, y permanecer con
Aquel que puede sostenernos. Porque Jesús nos sostiene en nuestra debilidad.
Jesús no
desautoriza el descanso del sábado que conocía bien por ser judío, pero para
él siempre está la persona por encima
del culto. Y más si es una persona necesitada o enferma. La ley mata, la ley no
da vida, lo único que da vida es el amor. Jesús enseña actitudes más profundas,
donde la preocupación es más por el espíritu que por la letra, más por al amor
que por la ley rígida. Esto nos puede enseñar algunos detalles de nuestras
normas de vida. Las normas son buenas y necesarias, pero sin llegar a un
legalismo rígido y formalista. No es el hombre para el sábado, sino el sábado
para el hombre que es diferente. No podemos poner la obligación del
cumplimiento rígido de la ley por encima de vivir el amor fraterno. Eso sería
desastroso. Así se nos enseña que la prioridad es la persona y no la
institución, la prioridad es el amor y no la ley, la prioridad es el servicio y
no el cumplimiento de normas, la prioridad es hacer el bien y no la rigidez
legalista. Muchas veces nos llenamos de normas tan estrictas y minuciosas que
ahogan la vida y roban la alegría de vivir. Y así podemos caer en el
cumplimiento meramente exterior. Podemos quedarnos con el cumplimiento frío y
desencarnado, pero no vivimos el amor. El cumplimiento exterior puede oprimir,
en cambio el amor siempre da vida y libertad. Porque solo el amor libera y
vivifica.