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11 de septiembre

 

 


San Lucas 6,6-11

Los fariseos están furiosos contra Jesús. Jesús “sabía lo que pensaban” y capta ese clima tenso. Pero eso no lo frena para hacer el bien. Hace poner al enfermo de pie, lo hace levantar y lo pone en medio. Le devuelve su dignidad. Jesús no nos quiere aplastados por la malicia de los perversos. Lo hace valer en su dignidad de persona, que esté bien erguido, parado, que lo vean bien. Es un hijo de Dios que necesita ayuda. Jesús no quiere que vivamos aplastados, que no aplastemos a nadie, y que nadie nos aplaste. Todos somos valiosos para Dios por ser sus hijos. Nos hace poner en pie en la vida ante las fuerzas opresoras y aplastantes que entorpecen la existencia alienando la vida. Dios nos quiere firmes, levantados y en pie. Un enfermo es una persona no firme. La palabra enfermo viene del latín infirmus, es el que no está firme. El enfermo primero se levantó y luego permaneció en pie. Son dos actitudes ante las fuerzas del mal que buscan oprimir. Levantarnos en el nombre de Jesús, y permanecer con Aquel que puede sostenernos. Porque Jesús nos sostiene en nuestra debilidad.

 

Jesús no desautoriza el descanso del sábado que conocía bien por ser judío, pero para él  siempre está la persona por encima del culto. Y más si es una persona necesitada o enferma. La ley mata, la ley no da vida, lo único que da vida es el amor. Jesús enseña actitudes más profundas, donde la preocupación es más por el espíritu que por la letra, más por al amor que por la ley rígida. Esto nos puede enseñar algunos detalles de nuestras normas de vida. Las normas son buenas y necesarias, pero sin llegar a un legalismo rígido y formalista. No es el hombre para el sábado, sino el sábado para el hombre que es diferente. No podemos poner la obligación del cumplimiento rígido de la ley por encima de vivir el amor fraterno. Eso sería desastroso. Así se nos enseña que la prioridad es la persona y no la institución, la prioridad es el amor y no la ley, la prioridad es el servicio y no el cumplimiento de normas, la prioridad es hacer el bien y no la rigidez legalista. Muchas veces nos llenamos de normas tan estrictas y minuciosas que ahogan la vida y roban la alegría de vivir. Y así podemos caer en el cumplimiento meramente exterior. Podemos quedarnos con el cumplimiento frío y desencarnado, pero no vivimos el amor. El cumplimiento exterior puede oprimir, en cambio el amor siempre da vida y libertad. Porque solo el amor libera y vivifica.