San Juan 21, 15-19
La alegría es el ingrediente fundamental del cristiano que
disfruta desde la Fe, la esperanza en el Señor amando como hizo Él. Hoy
celebramos a San Felipe Neri que vivió este dinamismo como veremos en su trayectoria.
Nacido en Florencia el año 1515, pronto morirá su madre, pero su madrastra
cuidó de él y de sus tres hermanos con verdadera ternura.
Joven virtuoso y orante, tras un tiempo de prueba como
comerciante, se siente tocado por la Gracia de Dios, estableciéndose en
Roma. Allí se hospedará en casa de un
mercante, siendo un verdadero aliciente espiritual y humano para toda su
familia. Por un tiempo se dedicó a la oración y al estudio. Sin embargo, un día
dejará los libros para consagrarse al apostolado en la Ciudad Eterna donde la
relajación de costumbres espirituales y humanas requería una renovación
profunda desde el Evangelio.
Su labor dio pronto los frutos esperados con innumerables
conversiones y vueltas a Dios, después de una vida abandonada. Pero su corazón
albergaba otros objetivos y anhelos pastorales. Por ejemplo, la inquietud por
marchar de misionero a África, pero que no llegó a cuajar, permaneciendo en
Italia donde, tras ordenarse sacerdote, con un grupo de hermanos presbíteros,
funda la Congregación del Oratorio.
La Oración y el canto son las constantes del nuevo carisma,
a las que se unía también las obras de caridad. Y es que si por algo se
caracterizó siempre Felipe Neri fue por su alegría y sentido del humor. Sin
duda seguía aquellas palabras de Santa Teresa que pedía insistentemente que la
tristeza y a la melancolía, lejos del alma mía. Realidades que le acompañaron
hasta su muerte ocurrida en 1595.