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20 de mayo


 San Juan 16, 23-28

Hoy en el Evangelio Jesús nos invita a la oración confiada al Padre de los cielos en su nombre. Les aseguro nos dice: Todo lo  que pidan  al Padre, Él se  los concederá  en mi nombre.

Hasta ahora no han pedido nada en mi nombre. Pidan, y recibirán y tendrán una alegría que será perfecta.

Para vivir como cristianos es necesario orar, más aún es necesario orar para vivir como seres humanos.

La oración es conciencia de la dependencia total de Dios que se traduce en súplica. Es en la oración, en el mendigar sincero a Dios que se juega más profundamente nuestra libertad. Es el instante más lucido de nuestra jornada, pues implica reconocer que todo está en las manos de Dios y que, sin él, nada podemos hacer, ni mucho ni poco, nada.

Es el instante más agudo de nuestra jornada, pues se hace conocer que el sentido de todo lo que somos y hacemos es Cristo.

Una de las formas más bellas para definirnos es esta: Ser mendigos de Cristo y de su gracia.

El Padre nunca dejara de darnos lo que le pidamos, siempre y cuando eso que le pedimos sea lo que nos conviene a nuestro bien, pues nadie como el Padre Dios quiere nuestra felicidad.

Tres condiciones para que nuestra oración sea escuchada y llene nuestra alma de alegría perfecta:

1) Humilde: Pues nada merecemos, a de llevar en el fondo el deseo de que se cumpla en nuestra vida la voluntad de Dios y no la nuestra.

2) Confiada: Pues Dios es nuestro Padre y quiere nuestro bien.

3) Perseverante: Pues Dios ve en eso, el deseo verdadero.

 Anímense a vivir la vida como un camino de oración.

 Pues vivimos como oramos y oramos como vivimos.