San Juan 13,1-15
Estamos ya de lleno en la Semana Santa, que es la más linda
y la más importante. Es la Semana que da sentido a todas las semanas. En este
Jueves Santo el evangelio nos invita además a contemplar esa actitud de Jesús; actitud
de amor, de entrega, de seguir haciéndose nada por amor.
La acción de lavar los pies estaba reservada para los
esclavos. Cuando se daba un banquete el dueño de la casa hacía que sus esclavos
lavaran los pies de sus invitados, que eran la parte del cuerpo que más
expuesta estaba al polvo y la suciedad de los caminos propios de la Palestina
de Jesús en ese tiempo. Sin embargo, Jesús va a tomar él mismo esta iniciativa:
Él toma la condición de esclavo, es decir ponerse en ese lugar. Pero no lo hace
por un mero aparentar por un mero servilismo, sino que en ese acto va a
resignificar muchísimos actos. Hay alguien en que se quiere oponer y es Pedro,
pero no lo pudo conseguir. Le dice “de ninguna manera…” Sin embargo, Jesús le
explica y lo deja hacer, deja hacer lo propio: toma la toalla y lava los pies.
¡Cómo desconcierta este Jesús! Pero de una manera única
Jesús haciendo esto que nos desconcierta renueva el sentido de la acción. Ya no
es lavar los pies en sentido literal: es agacharse frente al hermano, postrarse,
reverenciar, ponerse por debajo del otro y ponerse a servir. Yo creo que esa es
la clave del gesto. Es lo decisivo que hace Jesús en la lectura del Evangelio
de hoy.
Este es un sentido profundamente simbólico donde se juega el
sueño que tiene Jesús para la incipiente comunidad que él va formando y que
después va a ser la semilla de lo que es hoy la Iglesia Católica: que no
lavemos los pies los unos a los otros. Pero no solamente entre católicos, no
entre los que nos parecemos o pertenecemos a una misma comunidad; sino a toda
la humanidad, tomemos conciencia de que el mensaje de Jesús va dirigido a toda
persona de buen corazón que quiere hacer de este mundo un lugar más vivible,
más digno y en definitiva más humano.