San Mateo 25, 14-30
Hoy, 27 de agosto, la Iglesia celebra a Santa Mónica,
patrona de las esposas, modelo de mujer y de madre.
“¡Cuántas lágrimas derramó esa santa mujer por la conversión
del hijo! ¡Y cuántas mamás también hoy derraman lágrimas para que los propios
hijos regresen a Cristo!
Mónica nació en Tagaste, norte de África (actual Túnez), el
año 331. Siendo joven, por un arreglo de sus padres, se casó con Patricio, un
hombre violento y mujeriego. Alguna vez le preguntaron por qué su marido nunca
la golpeaba teniendo tan mal genio. Entonces ella respondió: "Es que,
cuando mi esposo está de mal genio, yo me esfuerzo por estar de buen genio.
Cuando él grita, yo me callo. Y como para pelear se necesitan dos y yo no
acepto la pelea, pues.... no peleamos". Quizás, tal actitud podría pasar
por simple sumisión o pasividad, pero, por el contrario, en Mónica revelaba
humildad y prudencia. Ella sabía muy bien que la violencia no conduce sino a
más violencia. Por eso, es más lógico pensar que ella escogió el mejor camino:
el de la perseverancia, la caridad comprometida, la paciencia y la
inteligencia.
Santa Mónica, sin lugar a dudas, jugó un rol muy activo
dentro de su familia. Nunca dejó de rezar y ofrecer sacrificios por la
conversión de su esposo, cosa que finalmente logró. El padre de Agustín se
bautizó poco antes de morir y dejó este mundo como un cristiano.
Lamentablemente, su dolor no terminaría ahí. Agustín, su
hijo mayor, era un joven de actitudes egoístas e impetuosas, que llevaba una
vida disoluta y no tenía ningún interés en la fe. Mónica sufría al ver a su
hijo alejado de Dios aunque guardaba la esperanza en que se convertiría como lo
hizo su esposo. Ella siguió rezando y ofreciendo sacrificios espirituales por
su hijo.
Ciertamente, la relación con Agustín pasó por periodos
difíciles en los que hubo tensiones e incomprensiones que pusieron a prueba su
paciencia y su fe. Más de una vez pensó que todo esfuerzo era inútil,
especialmente cuando veía a su hijo comportarse de manera inmoral. Se dice que
Mónica se apartó de él en varias oportunidades, incluso negándole que
permaneciera en su casa. Desesperada, un día llegó a pedirle al obispo de la
ciudad que hable con Agustín y lo convenza. Fue entonces que recibió aquella
célebre respuesta: “esté tranquila, es imposible que se pierda el hijo de
tantas lágrimas”. Dios le dio, de esa manera, el consuelo, la fuerza que le
faltaba y la sabiduría necesaria para entender mejor que “nuestros tiempos” no
son siempre los tiempos de Dios.
Después de muchos años de incertidumbre sobre la salvación
de su hijo, finalmente sus oraciones dieron el fruto esperado. Agustín, quien
después de un largo itinerario espiritual e intelectual que lo sumió en el
vacío, recibió el bautismo en la Pascua del año 387. Mónica logró estar durante
ese tiempo a su lado pues lo había seguido hasta Milán, ciudad en la que
Agustín abrazó el cristianismo.
A ella encomendamos a los padres cristianos, para que, como
Mónica, acompañen con el ejemplo y la oración el camino de sus hijos”.