San Mateo 25, 1-13
Diez jóvenes. Y una parábola que exagera algunas cosas, para
dejar otras en claro. No, nunca un novio se iba a hacer esperar hasta la
medianoche. probablemente tampoco las
niñas que tenían aceite les iban a negar, aunque sea un poquito a las otras. Y
no, claramente que a medianoche no habría un mercado abierto para conseguir más
aceite. Y, por último, si vemos las reglas básicas de la hospitalidad oriental,
tampoco un novio iba a cerrar las puertas a las que no tuvieron las lámparas
encendidas.
¿Entonces, a qué viene la parábola de Jesús? ¿Qué quiere
decirnos? Simple: Jesús nos anima a estar atentos, vigilantes. No podemos
dormirnos. Hay un encuentro que puede pasar ahora, en este instante. Y que sólo
el que tiene los ojos y el corazón atentos va a poder disfrutarlo. Si te
dormiste… te quedaste afuera.
Pero… ¿a qué se refiere? ¿No está hablando del infierno, del
día del juicio final?
Sí, pero también no. Con esta parábola uno puede entender a
Jesús que habla del final de nuestra vida, del día en que nos encontremos cara
a cara con Dios. Pero también está hablando de ahora, de este día, de este
instante. Hay un Dios que nos está buscando, que viene a unirse en nuestro
corazón, con el amor apasionado de un esposo. La persona que no está atenta… no
está preparada para recibirla. Y ese encuentro, que es la base de nuestra fe,
corre el riesgo de ir haciéndose cada vez más esporádico, dejando el corazón
más frío.
San Ignacio de Loyola nos propone una pregunta concreta,
para que nos la hagamos cada día: ¿por dónde pasó Dios hoy, en mi vida? ¿Por
qué hechos, pensamientos, sentimientos, encuentros, diálogos, o trabajos bien
realizados?
Y, a partir de eso, podemos ir encontrando: ¿qué me propone
Dios para mañana
Pidámosle a Dios que
nos ayude a mantener los ojos y los oídos abiertos. Que no nos durmamos. Que
estemos atentos. Que podamos descubrirlo en cada instante de nuestra vida. Y
mantener así el corazón enamorado.