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23 de agosto

 

San Mateo 23,23-26

El evangelio de hoy nos habla de la vanidad y la hipocresía  de los escribas y fariseos;

Esto es una enseñanza fuerte de Jesús que encuadrada dentro de sus predicaciones sobre el Reino de los cielos. Una vez más Jesús enfrenta a los responsables del pueblo elegido; entonces el Señor manso y humilde de corazón, el Señor prudente, el que hace milagros, que cura y que salva pierde la paciencia ante aquellos personajes prepotentes, altaneros, soberbios, porque tienen piel de elefantes, porque les rebota la palabra de Dios, no tienen sensibilidad hacia el prójimo. No tienen, diríamos hoy en palabras del Papa, misericordia. No saben misericordiarse recíprocamente.

Les dice: “Sepulcros blanqueados, lobos feroces disfrazados con pieles de cordero, raza de víboras”. El Señor tiene con ellos actitudes muy duras, diríamos casi impropias de tanto amor; muy diferente a toda la misericordia que tiene con los publicanos, con las viudas, y  con Zaqueo.  Incluso la que expresa en la parábola del hijo prodigo.

Sepamos entender por donde va la cosa del cristianismo y ablandemos, aflojemos el corazón.

A veces entre los católicos también surgen cuestionamientos y acusaciones recíprocas, de que el otro es el malo, es el que no tiene razón, el otro es el equivocado. También cuando desde nuestro cumplimiento formal, de lo que nos pide la iglesia, juzgamos a aquellos que no cumplen formalmente con las normas que la iglesia estipula como camino cierto de salvación, que sabemos hay que cumplirlas, pero el no hacerlo no nos deja afuera del camino del Reino. Cuantas veces juzgamos también a la gente sencilla que vive la fe de otra manera, expresando de forma diferente las honduras más profundas de sus corazones, a través de devociones o de expresiones religiosas populares.

Tenemos que revisar  coherencia entre lo que decimos y hacemos; entre nuestra fe y nuestras obras. Coherencia entre todo lo que aconsejamos a otros y lo que podemos vivir cada uno de nosotros.