San Mateo 23, 13-22
En el
Evangelio que la Iglesia nos propone hoy impacta el lenguaje severo, duro que
usa Jesús. Y el Señor Jesús enseña no sólo con sus palabras, sino también con
los gestos.
En este caso el gesto sería la severidad de su
lenguaje, esto está indicando que quiere grabar en el corazón y en la memoria
de sus oyentes algo realmente importante.
Es una consideración acerca del proceder de
este grupo notable en el antiguo Israel, de los escribas y fariseos, que era
gente instruida y piadosa, pero que se había exagerado en su observancia, y
desde esa exageración, había resbalado hacia la suficiencia; gente que sentía
que se bastaba a sí misma, delante de los demás y también delante de Dios.
Y por eso desde la suficiencia había caído en
la arrogancia, y así ellos se consideraban muchas veces los puros y los demás
eran unos malditos. Para mantener su figura, su prestigio, en muchos casos
cedían a la exterioridad, a la apariencia, y desde allí, se deslizaban a la
simulación; por eso Jesús en más de una oportunidad les dice “hipócritas”,
porque aparentaban una cosa y en realidad eran otra.
Precisamente
en esa simulación y en esa apariencia hacían interpretación torcida de la ley,
como en el caso que presenta el Evangelio de hoy. Los juramentos por el
santuario o por el altar no tienen valor, pero si se hace por el oro del
santuario, por la ofrenda que está sobre el altar, entonces sí son valiosos.
Eran artificios para escapar de algún modo a una interpretación correcta de la
ley.
Muchas veces
decimos "hecha la ley, hecha la trampa;" y entonces también buscamos
interpretaciones torcidas para esquivar la observancia.
Pero, cuál
es la actitud correcta, la actitud de un verdadero discípulo de Jesús, la de un
verdadero ciudadano. Frente a las leyes justas es necesario tener una
interpretación razonable, ponderada y procurar un cumplimiento preciso de la
ley, tenemos que crecer en el aprecio y en la observancia de las leyes justas,
y tenemos que educar el corazón para eso.
Entonces
podemos pedir en nuestra oración saber ser cumplidores de la ley, verdaderos
observantes y sobre todo pedir vivir en la caridad, que cumple y planifica la
ley.