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13 de agosto


 San Mateo 19, 13-15

Para entrar en el Reino de los Cielos hay que imitar al Hijo de Dios que se abaja y se encuentra con el hombre desde su misma humanidad, frágil y débil, indefenso. Identificado en todo con nosotros menos en el pecado se hizo él uno de los nuestros, dice Pablo.

 No hay modo de transformar la realidad si no es rebajándose, es decir, dando desde adentro de nosotros mismos lo mejor que tenemos para ofrecer. Sin abajarse, sin hacerse uno con lo frágil, lo débil, lo vulnerable, lo pobre, no hay posibilidad de que las cosas cambien. En la fragilidad se manifiesta el poder y la grandeza de Dios. Esto es hacerse como niño.

Siendo pequeños Dios nos robustece el corazón, el alma, y nos permite en consistencia, desde Él, ser capaces de construir un mundo nuevo y nuestro compromiso en un valor concreto para que sea casa para todos.

La ofrenda y entrega de amor de un niño no tiene cálculo, no especula, no mide cuánto le será correspondido. Es así, se entrega. Sólo esto comienza a ocurrir, el medir la entrega, cuando el amor ha sido herido y entonces comienza a trabajar interiormente aquello que nos hace ser más prudentes a la hora de entregarnos y ahí es cuando la cosa cambia, cuando hemos sido heridos, golpeados por la vida, tendemos a replegarnos.

Tenemos que recuperar el niño que tenemos dentro, recuperando la frescura y la alegría, recuperando el  don de sí mismo para con los demás, sencillamente porque lo queremos compartir. Eso se espera de quién está llamado a participar del Reino y de hacer del mundo en el que vivimos un lugar habitado por Dios .

Ser como niños no es ser eternos infantiles. Ser como niños, en el sentido de ser en el corazón como niños, pero adultos en sus criterios. Niños, frágiles, confiados, interiormente viviendo en frescura y al mismo tiempo entregados a Dios que nos da consistencia porque estamos en las manos del más grande.

María, la humilde servidora, la pequeña esclava del Señor, es la que canta desde ese lugar de la grandeza de Dios, que para Él todo es posible. Humildad, sencillez, son los valores que se proponen desde este evangelio para encontrar desde allí mismo, siendo uno mismo, la paz que Dios quiere que tengamos en el corazón. ¡Que Dios te bendiga!