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18 de julio

 

San Mateo 12,38-42

El evangelio de hoy nos relata una discusión entre Jesús y las autoridades religiosas de la época. Esta vez son los escribas y fariseos quienes piden a Jesús que haga una señal para ellos.

Jesús había realizado ya muchas señales: había curado al leproso (Mt 8,1-4), al empleado del centurión (Mt 8,5-13), a la suegra de Pedro (Mt 8,14-15), a los enfermos y poseídos de la ciudad (Mt 8,16), había calmado la tempestad (Mt 8,23-27), había expulsado los demonios (Mt 8,28-34) y había hecho muchos otros milagros.

 La gente, viendo las señales, reconoció en Jesús al Siervo de Yahvé (Mt 8,17; 12,17-21). Pero los escribas y los fariseos no fueron capaces de percibir el significado de tantas señales que Jesús había realizado.

Ellos querían algo diferente: Quieren que Jesús se someta a sus criterios para que puedan enmarcarlo dentro del esquema de su mesianismo.

 No hay en ellos apertura para una posible conversión. No habían entendido nada de todo lo que Jesús había hecho.

Por eso Jesús apunta hacia el futuro y dice “así también el Hijo del Hombre pasará tres días y tres noches en el seno de la tierra”. Es decir, la única señal será la resurrección de Jesús, que se prolongará en la resurrección de sus discípulos.

 Esta es la señal que, en el futuro, se dará a los doctores y a los fariseos. Se confrontarán con el hecho de que Jesús, será por ellos condenado a muerte, y a una muerte de cruz, y Dios lo resucitará y lo seguirá resucitando de muchas maneras en los que creerán en él, por lo tanto ¡Lo que convierte es el testimonio! No los milagros.