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8 de abril


 San Juan 10,31-42.

No cabe duda de que el actuar de Jesús en medio de su pueblo nunca pasó desapercibido. Por un lado, el pueblo judío que en general por el actuar de Jesús se va convirtiendo, queda como maravillado por sus obras y poco a poco va creyendo más en Él. Por otro lado, están los dirigentes, los fariseos y los sumos sacerdotes, que también por el actuar de Jesús, se ven molestos e irritados.

Ellos están preocupados por no perder prestigio y poder de los cargos que ocupan y deciden de esta manera acabar con Jesús, que Él hablando y actuando en nombre de Dios cada vez tiene más seguidores.

Es importante advertir que el Evangelio hoy  nos deja ver entre líneas que el plan que Dios tiene pensado para la humanidad, para todos los hombres va más allá de una decisión circunstancial de un grupo de personas que decide acallar la presencia de Jesús.

Es más, la palabra de Dios también afirma que uno de los dirigentes, Caifás, que era sumo sacerdote en aquel entonces Dios lo utilizó para poder profetizar reafirmando el proyecto de Dios sobre el mundo.

Ya nada puede detener lo que Dios quiere cumplir: la entrega de su único Hijo para que todo aquel que crea en Él no muera, sino que tenga vida eterna.

La muerte y la resurrección de Jesús cumplirá la gran promesa de Dios: congregar a la unidad a los hijos de Dios que estaban dispersos. En el mismo Evangelio de Juan Jesús afirma que cuando sea levantado en alto sobre la tierra atraeré a todos hacia mí.