San Lucas
11, 29-32
El 16 de
octubre la Iglesia celebra a Santa Eduviges (1174-1243), una madre de familia
que, junto a su esposo, colaboró a la expansión del cristianismo, fundando
monasterios y fortaleciendo las órdenes religiosas. A la muerte de su esposo,
Eduviges tomó los hábitos y siguió sirviendo a pobres y enfermos.
Eduviges
nació en Baviera (Alemania) en 1174. Se casó a los doce años con el duque
Enrique de Silesia, de 18 años, Tuvieron
siete hijos.
Enrique
inició la construcción del hospicio de la Santa Cruz en Breslau, mientras ella
hacía lo propio en el leprosorio de Neumarkt, donde atendía personalmente a
quienes padecían de aquella cruel enfermedad.
La santa
practicó la caridad con espíritu contrito; acostumbraba ir a la iglesia
descalza, aunque fuese invierno y cayera nieve. Ese espíritu penitente iba
acompañado de humildad y discreción: llevaba el calzado en las manos y se lo
colocaba de inmediato si se encontraba con alguien en el camino.
Cuando murió
su esposo, Enrique, la gente sintió un pesar inmenso y hasta las monjas del
ducado cayeron presas de la fatalidad. Eduviges reconfortó su llanto diciendo:
"¿Por qué se alejan de la voluntad de Dios? Nuestras vidas están en sus
manos, y todo lo que Él hace está bien hecho, lo mismo si se trata de nuestra
propia muerte que de la muerte de los seres amados".
Santa
Eduviges, poco tiempo después, fue aceptada en el monasterio de Trebnitz, donde
empezaría una vida como religiosa. Sin embargo, no realizaría los votos tradicionales
con el propósito de continuar administrando sus bienes y disponer de ellos en
favor de los más necesitados.
Dios le
concedió a esta santa el don de hacer milagros y el don de profetizar. Fue una
mujer que amaba intensamente a María Santísima y por eso siempre llevaba una
pequeña imagen de la Virgen consigo, la que solía apretar a puño cerrado
pidiendo la intercesión de nuestra Madre.
En la hora
de la muerte, Santa Eduviges empuñó aquella imagen y mientras la apretaba
entregó el alma a Dios. Cuando hubo que preparar su cuerpo para el funeral fue
imposible quitársela de la mano y tuvo que ser enterrada así.
Años
después, al ser exhumados sus restos para ser trasladados, la imagen permanecía
empuñada y los dedos con los que la santa la sostenía estaban incorruptos.