San Mateo
14,22-36
Como tantas
veces de cara al Evangelio, hemos de reconocer que todos somos como Pedro.
Cuántas veces, como a él, el Señor nos ha llamado a la aventura de seguirle, de
caminar por sobre los mares de este mundo; cuántas veces nos ha llamado Cristo
a poner sólo en él la confianza, a tener fe e ir confirmando a otros en su fe.
Y, no obstante, cuántas veces también como Pedro, sentimos que nos hundimos
apenas dar tres pasos, y que las certezas de nuestra fe se ahogan frente a todo
tipo de dificultades, males y pecados.
Este
Evangelio es, entonces, para nosotros. Porque en este Evangelio Pedro acierta
en lo que se debe hacer frente a la angustia, frente al ahogo, frente al mal
que nos aborda, frente al pecado que nos gana la pulseada.
Se trata de
hacer dos cosas:
La primera:
gritar con fuerza, en la oración, en el Sagrario, de cara Cristo… Gritar con
fuerza “¡Señor, sálvame!”. Lo segundo: levantar las manos, permitiendo así que
el Señor tenga de donde agarrarnos.
Muchas veces
en la vida, cuando pensamos que no es posible salir a flote, hemos de reconocer
que nos falta oración y nos falta poner medios, levantar los brazos, apostar
por salir adelante. Es decir, hemos dejado de recurrir a Cristo y hemos acabado
por bajar los brazos… Así, angustiados, desesperanzados, nos gana el mar, nos
gana el ahogo, nos hundimos.
¿Te visita
la desesperación, te atrapó el pecado, te sientes ahogado? Levanta los brazos y
grita a Dios: “¡Señor, sálvame!”. ¿Piensas que has quedado solo, crees que la
tormenta será eterna, solo ves que tu barca y tu vida se zarandea? Levanta los
brazos y grita a Dios: “¡Señor, sálvame!”.
El Papa
Francisco, comentando hace años este Evangelio, decía con mucha razón que una
de las formas de ahogo que más nos alcanza a los hombres y mujeres del siglo
XXI era el pecado. ¡Sí! El pecado es una de las formas de hundimiento más
fuertes que hay a nuestro alrededor. El gran problema de los cristianos hoy es
que muchas veces perdemos la sensación de pecado, incluso creemos que hablar de
“pecado” es algo pasado de moda y así vamos por la vida hundiéndonos de a poco,
pero sin enterarnos del ahogo, hasta que un día cuando nuestra línea de
flotación se ha perdido, sentimos entonces que nos habita una angustia tal que
no vemos la salida.
También en
este caso el Evangelio de hoy nos da la clave: reconozcamos nuestros ahogos,
reconozcamos nuestros pecados a tiempo… y levantemos las manos, y gritemos con
Pedro (que bien sabe de pecados también): “¡Señor, sálvame!”. Porque en el
pecado, como en toda situación de angustia y hundimiento, hemos de reconocer
finalmente que no salimos a flote por nuestros propios medios, sino por la mano
de Dios que nos sostiene y nos salva.
Pidamos este
día una Gracia enorme, la de no olvidar jamás que por más hundidos que estemos,
que por más desesperanzados o ahogados que vivamos, siempre nos quedará la
posibilidad de volver a levantar las manos y gritar “¡Señor, Sálvame!”.