San Marcos
4, 1-20
Hoy en la
iglesia celebramos a los Santo Timoteo y Tito y las noticias que de ellos
tenemos vienen de las Cartas de san Pablo, ya que se trata de dos de sus más
cercanos discípulos. También nos hablan de ellos los Hechos de los Apóstoles.
De san
Timoteo sabemos que era de Listra (Asia Menor), hijo de Eurice, de origen
judío, y de un padre pagano. Su madre y su abuela Loide lo educaron en el
conocimiento de las Escrituras. No es de extrañar, por tanto, que, con esa
disposición de mente y de espíritu, Timoteo fuese ganado para la fe en Cristo
cuando Pablo y Bernabé pasaron por Listra.
En su
segundo viaje, Pablo pensó en Timoteo como colaborador. No queriéndose dejar
llevar por su afecto hacia Pablo lo consultó con los cristianos de Iconio y
Listra, que dieron óptimos informes del joven. A partir de entonces, vemos a
Timoteo acompañando a Pablo por toda Asia Menor, y en Roma, en la primera
prisión del Apóstol.
Cuando el
año 65 Pablo vuelve a Éfeso, deja allí a Timoteo, encargándole el cuidado de
aquella comunidad. Y allí le dirigió las dos cartas que conserva el Nuevo
Testamento. A través de ellas, podemos descubrir el retrato que el maestro hace
de su discípulo. Era todavía joven y, sin embargo, sobresale por su palabra y
conducta, por su caridad, fe y prudencia. Hombre austero y de grandes penitencias,
recibirá de Pablo el cariñoso consejo de que no beba sólo agua, sino que tome
un poco de vino, por el estómago y sus frecuentes indisposiciones (1 Tim 5,23).
Cuando Pablo
se encuentra por segunda vez prisionero en Roma, llama a su discípulo. Su
carta, la segunda que le dirige, es como su testamento: "Yo estoy a punto
de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente, He combatido bien
mi combate, re corrido hasta la meta, he mantenido mi fe. Ahora me aguarda la
Corona merecida con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día"
(2 Tim 4,6-8).
Es el
resumen de su vida, del que Timoteo recogería la herencia. Él continuará su
obra.
Por otros
escritos de los primeros siglos, sabemos que Timoteo continuó de obispo de
Éfeso y encargado de vigilar las demás iglesias de Asia Menor. Padeció el
martirio, según la tradición, en tiempos de Domiciano, en la misma ciudad de
Éfeso.