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3 de noviembre

San Lucas 15,1-10

A veces tengo la sensación de que frente a este fragmento del Evangelio solemos ponernos en el lugar de las noventa y nueve ovejas que se quedan con Jesús. Y sentimos que Jesús va a buscar a aquellos que están lejos, que se perdieron, que se han ido.

Pero creo que en realidad esta es una Palabra muy vocacional. El Evangelio de hoy nos cuenta nuestra historia. Nos dice quiénes somos. Nos narra nuestro origen.

Si uno hace memoria de su vida, hay un punto de inflexión, un punto crucial en el que nos hemos sentido buscados, encontrados y cargados por Jesús, Buen Pastor.

El Evangelio nos hace pensar más bien en nosotros que en lo demás que supuestamente están perdidos. Somos nosotros lo que Jesús salió a buscar y encontró. Porque todos nosotros estuvimos extraviados. Todos estuvimos perdidos. Todos alguna vez recorrimos caminos de muerte.

Por eso hoy volvemos a reivindicar una y otra vez que la oveja perdida somos cada uno de nosotros. Porque somos rescatados por Jesús. Porque somos liberados por el poder de su Pascua. Porque somos sanados por la fuerza de su nueva vida.

Sentirse “oveja perdida” es entirse una y otra vez que somos salvados por Jesús. Es afirmar con contundencia que no se salva cada uno por las suyas, sino que somos salvados por Jesús que nos reintegra al rebaño y nos salva de manera colectiva, en comunidad, en Iglesia.

Te invito a tomarte en este día un tiempo personal para pensarte “oveja perdida” y hacer memoria agradecida de ese momento, de ese proceso, de ese acontecimiento, donde sentiste que Jesús dejaba las otras noventa y nueve para ir a buscarte a ti  con predilección.

Y dale gracias.

Y súmate a la utopía del Reino y salir con Jesús, para -con él- salir a buscar alguna otra oveja extraviada.