San Mateo 13, 44-46
Existen muchos místicos emparentados por la procedencia de
un mismo pueblo o una misma nación. Eso les pasó a Santa Clara y San Francisco,
o a San Benito y Santa Escolástica por citar algunos ejemplos. Hoy celebramos a
Santa Rosa de Lima, compatriota del Lego San Martín Porres. Nacida el 30 de
abril de 1586, sus padres le pusieron el nombre originario de Isabel.
Estando en Quites, provincia de Canta, al Noroeste de la
capital peruana, donde su padre gobernaba unas tierras, es confirmada por el
Arzobispo español Santo Toribio de Mogrovejo, llamándose a partir de entonces
Rosa. En 1606, recibe el hábito de la Tercera Orden de Santo Domingo,
ingresando en el Convento donde hacía diariamente su oración, porque allí
mantenía un encuentro especial con el Señor Sacramentado.
La vida de Rosa se desarrolló, desde entonces, en el
ambiente religioso de Perú. Su tiempo en casa, siempre transcurría en medio de
un clima espiritual y de ofrecimiento del trabajo cotidiano. A pesar de no ser
la mayor de los hermanos, siempre decidió ser ella la que sostuviese a los
demás dentro del hogar. Dentro de sus grandes virtudes se señala la obediencia,
algo que siempre trató de cumplir, pidiendo, incluso, perdón a sus padres y
superiores por cuantas veces no lo había hecho.
Tampoco faltó la humildad que siempre presidió todos sus
gestos y acciones impregnados de caridad, centrados en la ayuda a las almas
para alcanzar la salvación y en el socorro a los pobres desde las obras de misericordia.
En todo esto siempre estuvo presente su espíritu de austeridad, penitencia.
Santa Rosa de Lima muere en 1617 cuando contaba con tan sólo 31 años