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3 de agosto


San Mateo 15,21-28

Hoy el evangelio nos expresa la curación de la hija de una Cananea que se acerca a Jesús pidiendo ayuda.

Que hermoso es cuando  descubramos que la fe es el tesoro más grande que tenemos. Por eso debemos tener la capacidad de poner todos los medios para conservarla y acrecentarla. La fe es nuestro mayor tesoro y por eso la tenemos que defender de todo aquello que pueda hacerle daño: cosas que nos pueden confundir o ciertas provocaciones de la sociedad de consumo que ensucian el corazón.

La fe está llamada a ser protegida especialmente con la piedad, la oración y los sacramentos y con una seria formación doctrinal en la cual tenemos que crecer constantemente en la medida de cada persona. El Señor y la Iglesia nos mandan que expresemos nuestra fe, incluso, como hizo esta mujer que la confesemos públicamente.

Todos los días Dios nos pide que tengamos fe en su Palabra que nos llega a través de la Iglesia. A la luz de la fe todos los acontecimientos aparecen como son, con su verdadero sentido, sin la limitación con la que sabemos enjuiciarlo los hombres. Por eso Jesús seguramente habrá alabado la fe de esta  Mujer, “qué grande es tu fe” y habrá pensado en aquello que Él mismo había dicho “si tuvieran  fe tan grande como un grano de mostaza trasladarían montañas”. No existen obstáculos insuperables para una persona que viva desde la fe.