Páginas

4 de abril


San Juan 8,12-20

Hoy Jesús se presenta como la luz. La luz disipa las sombras que oscurecen esta dimensión esencial de la vida del hombre llamado a amar y a permanecer en el amor. Quien recibe esta luz de vida escapa de las sombras de la muerte. Entre luces y sombras se juega nuestra vida.

La luz viene de manos de aquella presencia misteriosa y escondida, como aquel tesoro del que nos habla el evangelio por el cual vale la pena venderlo todo. Jesús, es el amor del Padre entregado a nosotros. Esto es lo que verdaderamente permanece y esto es lo esencial por lo cual debemos optar una vez más. El que acoge esta luz escapa de las tinieblas de la muerte, se salva a si mismo de la situación de ceguera en que con frecuencia nos encontramos.

Este amor al que nos invita Jesús es un amor concreto, es un amor hasta dar la vida y por el hermano concreto de carne y hueso. Con lo que es y lo que tiene, no con lo que quisiera que fuera o lo que sueño que pudiera llegar a ser, sino con lo que va siendo y como voy siendo. Amar sin condiciones. Amar es dignificar la vida y es verdaderamente promovernos, movernos hacia adelante con sentido.

Cristo como luz del mundo sigue viniendo a la humanidad. Viene sobre los que permanecen en la luz y en quienes viven en tinieblas. Hoy, como siempre, algunos prefieren la oscuridad y las sombras para actuar porque la luz compromete y pone al descubierto lo que hay en el corazón. Ser hijo de la luz supone caminar en la verdad sin trampas, caminar en el amor sin odios ni rencores.

La civilización del amor es tarea en este sentido, pero es esperanza también.

Un amor que nos perfecciona nos hace estar a la altura de Dios y parecernos cada vez más es un amor de ágape es el amor típicamente cristiano.