San Lucas 11, 5-13
El 7 de octubre se celebra a la Virgen del Rosario,
advocación que nos recuerda la importancia de dirigirnos a Nuestra Madre a
través del rezo del Santo Rosario. Fue la misma Madre de Dios quien nos pidió
que lo recemos y lo difundamos para que, a través de esta oración, podamos
obtener gracias abundantes.
En el año 1208 la Virgen María se le apareció a Santo
Domingo de Guzmán, le entregó el Santo Rosario -en la forma como lo conocemos
hoy- y le enseñó cómo rezarlo. Nuestra Santa Madre le encomendó entonces al
santo español que se convirtiese en propagador de esta devoción.
Así lo hizo Santo Domingo y el Rosario, a lo largo de los
siglos, caló hondo en el alma de todos los católicos. Uno de los episodios
históricos que ha sido determinante en la historia de la difusión del Rosario
fue la “Batalla de Lepanto” (7 de octubre de 1571). En ella una coalición de
tropas y fuerzas navales cristianas se enfrentaron a la armada del Imperio
(turco) Otomano con el propósito de detener sus ambiciones expansionistas en
Occidente y recuperar soberanía alrededor del Mediterráneo.
Los cristianos, antes
de la batalla, se encomendaron a la Virgen y rezaron el Santo Rosario. La
victoria contundente que se produjo posteriormente fue atribuida a la
intercesión de la Virgen.
El Papa San Pío V, en agradecimiento a la Virgen María,
instituyó la fiesta de la “Virgen de las Victorias” el primer domingo de
octubre y añadió el título de “Auxilio de los Cristianos” a las letanías a la
Madre de Dios.
Más adelante, el Papa Gregorio XIII cambió el nombre de la
Fiesta por el de “Nuestra Señora del Rosario”; y Clemente XI extendió la
celebración a toda la Iglesia de Occidente. Posteriormente, San Pío X fijó la
Fiesta para el 7 de octubre e inmortalizó estas palabras: “Denme un ejército
que rece el Rosario y vencerá al mundo”.
Rosario significa “corona de rosas” y, tal como lo definió
el propio San Pío V, “es un modo piadosísimo de oración, al alcance de todos,
que consiste en ir repitiendo el saludo que el ángel le dio a María;
interponiendo un Padrenuestro entre cada diez Avemarías y tratando de ir
meditando mientras tanto en la Vida de Nuestro Señor".
En los albores del siglo XXI, San Juan Pablo II -quien
añadió los “misterios luminosos” al rezo del Santo Rosario- escribió, en su
carta apostólica sobre , que esta oración mariana “en su sencillez y
profundidad, sigue siendo también en este tercer Milenio apenas iniciado una
oración de gran significado, destinada a producir frutos de santidad”. El Papa
peregrino concluye aquel documento con esta hermosa oración del Beato Bartolomé
Longo, Apóstol del Rosario:
Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con
Dios,
vínculo de amor que nos une a los Ángeles,
torre de salvación contra los asaltos del infierno,
puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás.
Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía.
Para ti el último beso de la vida que se apaga.
Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre,
oh Reina del Rosario de Pompeya,
oh Madre nuestra querida,
oh Refugio de los pecadores,
oh Soberana consoladora de los tristes
Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y
en el cielo.