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29 de diciembre

 

Lucas 2,22-35

Este evangelio relata el pasaje en el que María y José llevan a Jesús al templo para cumplir con las prescripciones de la ley de Moisés. Allí, encuentran a un anciano llamado Simeón, quien ha esperado toda su vida la llegada del Mesías. Cuando Simeón ve a Jesús, toma al niño en sus brazos y pronuncia una oración de gratitud y bendición.

La oración de Simeón es llena de profundo significado y es un ejemplo para nosotros en nuestra relación con Dios. Él reconoce en Jesús la plenitud de sus sueños, la realización de su esperanza y la presencia misma de Dios. Simeón comprende que su vida ya está completa en ese momento, y que no necesita buscar nada más para encontrar la verdadera felicidad.

En contraste, nos encontramos en un mundo que nos inculca constantemente que la plenitud se encuentra en el tener, en el consumismo, en la fama o en el poder. Sin embargo, la experiencia de Simeón nos invita a reflexionar sobre qué es lo verdaderamente importante en nuestras vidas.

Simeón nos muestra que el encuentro con Jesús es lo que realmente colma nuestro corazón y nos da paz interior. Es en su presencia que encontramos la verdadera realización y alegría. Por eso, en algún momento de nuestra vida, debemos anhelar sentir a Jesús tan cerca como Simeón lo sintió en sus brazos, para que así, alegres y agradecidos, no deseemos nada más que a él.

Este evangelio nos invita a evaluar nuestras prioridades y a cuestionarnos dónde buscamos nuestra plenitud y felicidad. ¿Estamos poniendo nuestra confianza en las cosas materiales, en el éxito mundano, o estamos buscando a Jesús y su presencia en nuestras vidas?

Que, en nuestra búsqueda de plenitud y realización, recordemos siempre la oración de Simeón y su profunda sabiduría. Que encontremos en Jesús la respuesta a todos nuestros anhelos y que, alegres y agradecidos, no busquemos otra cosa sino a él.