San Mateo 12,38-42
El evangelio
de hoy nos relata una discusión entre Jesús y las autoridades religiosas de la
época. Esta vez son los escribas y fariseos quienes piden a Jesús que haga una
señal para ellos.
Jesús había
realizado ya muchas señales: había curado al leproso (Mt 8,1-4), al empleado
del centurión (Mt 8,5-13), a la suegra de Pedro (Mt 8,14-15), a los enfermos y
poseídos de la ciudad (Mt 8,16), había calmado la tempestad (Mt 8,23-27), había
expulsado los demonios (Mt 8,28-34) y había hecho muchos otros milagros.
La gente, viendo las señales, reconoció en
Jesús al Siervo de Yahvé (Mt 8,17; 12,17-21). Pero los escribas y los fariseos
no fueron capaces de percibir el significado de tantas señales que Jesús había
realizado.
Ellos
querían algo diferente: Quieren que Jesús se someta a sus criterios para que
puedan enmarcarlo dentro del esquema de su mesianismo.
No hay en ellos apertura para una posible
conversión. No habían entendido nada de todo lo que Jesús había hecho.
Por eso
Jesús apunta hacia el futuro y dice “así también el Hijo del Hombre pasará tres
días y tres noches en el seno de la tierra”. Es decir, la única señal será la
resurrección de Jesús, que se prolongará en la resurrección de sus discípulos.
Esta es la señal que, en el futuro, se dará a
los doctores y a los fariseos. Se confrontarán con el hecho de que Jesús, será
por ellos condenado a muerte, y a una muerte de cruz, y Dios lo resucitará y lo
seguirá resucitando de muchas maneras en los que creerán en él, por lo tanto
¡Lo que convierte es el testimonio! No los milagros.