San Lucas 22, 14-20
El jueves posterior a la Solemnidad de Pentecostés en
algunos países se celebra la fiesta de Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote,
festividad que no aparece en el calendario de la Iglesia universal (como sí lo
hacen las fiestas del Sagrado Corazón de Jesús o Jesucristo Rey del Universo),
pero que se ha expandido por muchos países.
Dentro de pocos días, la liturgia nos llevará de nuevo al
corazón de Jesús, pero centrados en su carácter sagrado. Pero hoy admiramos su
corazón de pastor y salvador, que se deshace por su rebaño, al que no
abandonará nunca. Un corazón que manifiesta “ansia” por los suyos, por
nosotros: «Con ansia he deseado comer esta Pascua con ustedes antes de padecer»
(Lc 22,15).
Este corazón de sacerdote y pastor manifiesta sus
sentimientos, especialmente, en la institución de la Eucaristía. Comienza la
Última Cena en la que el Señor va a instituir el sacramento de su Cuerpo y de
su Sangre, misterio de fe y de amor. San Juan sintetiza con una frase los sentimientos
que dominaban el alma de Jesús en aquel entrañable momento: «Sabiendo Jesús que
había llegado su hora (...), como amase a los suyos que estaban en el mundo,
los amó hasta el fin» (Jn 13,1).
¡Hasta el fin!, ¡hasta el extremo! Una solicitud que le conduce
a darlo todo a todos para permanecer siempre al lado de todos. Su amor no se
limita a los Apóstoles, sino que piensa en todos los hombres. La Eucaristía
será el instrumento que permitirá a Jesús consolarnos “en todo lugar y en todo
momento”. Él había hablado de mandarnos “otro” consolador, “otro” defensor.
Habla de “otro”, porque Él mismo —Jesús-Eucaristía— es nuestro primer
consolador.
El cumplimiento de la voluntad del Padre obliga a Jesús a
separarse de los suyos, pero su amor que le impulsaba a permanecer con ellos le
mueve a instituir la Eucaristía, en la cual se queda realmente presente