San Lucas 10, 38, 42
Hoy celebramos a Santa María Faustina.
Nació como la tercera hija, de entre diez hermanos, en el
seno una pobre familia de campesinos. Le
bautizaron con el nombre de Elena. Sólo
pudo ir a la escuela por un breve período de menos de tres años, y ya a la edad
de 16 años abandonó la casa familiar para trabajar como sirviente doméstica
para así mantenerse a sí misma y poder ayudar a sus padres.
Después de haber sido
apresurada por una visión de Cristo sufriente, estuvo sirviendo en la casa de
una familia, y el 1 de agosto de 1925, ingresó finalmente en la Congregación de
las Hermanas de la Madre de Dios de la Misericordia, en la que, en el día de la
toma de hábito, recibió el nombre religioso de Sor María Faustina.
Su vida, aparentemente ordinaria, ocultaba en su interior la
extraordinaria profundidad de su unión con Dios, y la gran misión profética que
Dios le había confiado. Recibió muchas gracias extraordinarias, alcanzando las
más altas cimas a las que se puede llegar en la tierra, de unión con Dios.
A través de Sor Faustina, Jesús recordó al mundo la verdad
bíblica del amor misericordioso de Dios para con cada persona e hizo una
llamada a todos para que proclamemos al mundo su amor misericordioso con
fuerzas renovadas. A cada una de estas nuevas formas de culto y a la
proclamación del mensaje de la Misericordia, el Señor vinculó grandes promesas
con tal de cultivar la actitud de confianza en Dios, es decir, de cumplir su
voluntad y ejercer la misericordia al prójimo.
Para ello, Jesús transmitió nuevas formas de culto: la
imagen con la inscripción „Jesús, en Ti confío”, la Fiesta de la Misericordia,
la Coronilla a la Divina Misericordia y la oración en la hora de su agonía en
la cruz, la llamada la Hora de la Misericordia.
A cada uno de estas
formas de culto, y también al hecho de proclamar el honor de la Misericordia,
el Señor vinculó grandes promesas bajo la condición de esforzarse por conseguir
la actitud de confianza en Dios (hacer su voluntad) y la caridad hacia el
prójimo.
Sor Faustina murió de tuberculosis, el 5 de octubre de 1938,
a los 33 años en Cracovia. Sus restos mortales yacen en la capilla del convento
bajo la milagrosa imagen de la Divina Misericordia, fue beatificada el 18 de
abril de 1993 y canonizada el 30 de abril del 2000 por S. S. Juan Pablo II.