San Lucas 10, 25-37
Aunque ha pasado a la historia como San Francisco de Asís,
el verdadero nombre de este santo que cada 4 de octubre celebra su onomástica
es Juan –Giovanni, en italiano–.
En un intento por
sacar de su vida todo aquello que consideraba malicioso –antes de entregar sus
días a Cristo su máxima aspiración era conseguir un cargo de alto rango que le
propiciara importantes ganancias económicas–, este italiano servidor de la Iglesia
decide pasar a llamarse Francisco y abandonar el nombre con el que fue
bautizado.
Su padre, que ansiaba un futuro prometedor para su hijo,
intentó alejarle de la humildad y pobreza promulgada por el catolicismo, e
incluso llegó a presentarse con él frente al obispo de Italia para que quedara
constancia de que su hijo renunciaba a cualquier herencia que pudiera llegarle
tras su muerte –era un rico mercader.
Los intentos de su
progenitor no hicieron mella en San Francisco, para quien la vida material había
dejado de existir y solo existían los días centrados en el amor de Dios.
Tan es así que, el que a día de hoy se considera patrón de
los animales y los veterinarios, es el fundador de la orden franciscana, una
orden que promueve la pobreza y la sencillez. Los estudiosos de su biografía
cuentan que sintió la llamada a la vida religiosa durante su cautiverio en
prisión en 1202: San Francisco fue encarcelado después de haber participado en
un altercado entre las ciudades de Asís –donde nació en 1182– y Perugia.
Cuatro años más tarde, en 1206, el Santo tiene su primera
visión: en un templo dedicado a San Damián, medio destruido por el tiempo,
escuchó una voz que le hablaba de la contemplación a Cristo: “Ve, Francisco,
repara mi iglesia. Ya lo ves, está hecha una ruina”. San Francisco corrió a su
casa, recogió varios trozos de paño –tela muy valiosa por aquel entonces–, los
vendió y dedicó el dinero obtenido a la restauración del templo de San Damián
–lo que provocó el enfado de su padre–.
Tras este generoso acto fue solo el primero de una vida
dedicada a los demás: trabajó en un hospital de leprosos, restauró iglesias con
sus propias fuerzas y compartió su mesa con pobres y necesitados. Murió en su
ciudad natal, Asís, en 1226.
Ciertamente no existe ningún santo que sea tan popular como
él, tanto entre católicos como entre los protestantes y aun entre los no
cristianos. San Francisco de Asís cautivó la imaginación de sus contemporáneos
presentándoles la pobreza, la castidad y la obediencia con la pureza y fuerza
de un testimonio radical. Llegó a ser conocido como el Pobre de Asís por su
matrimonio con la pobreza, su amor por los pajarillos y toda la naturaleza.
Todo ello refleja un alma en la que Dios lo era todo sin división, un alma que
se nutría de las verdades de la fe católica y que se había entregado
enteramente, no sólo a Cristo, sino a Cristo crucificado.