Juan 1,19-28
En este
evangelio vemos la figura de Juan el Bautista, quien tenía claro su identidad y
misión. Él sabía que su papel era anunciar a alguien mucho más grande que él,
alguien a quien no se consideraba digno de desatar la correa de su sandalia. Su
humildad y reconocimiento de su lugar en relación con Cristo son ejemplos
poderosos para nosotros.
Sin embargo,
vemos cómo los hombres del poder y la religión de ese tiempo no están
interesados en el mensaje que Juan trae, sino en los títulos y el prestigio del
mensajero. Están más preocupados por mantener su estatus y control que por
escuchar la voz de Dios a través de Juan.
Esta actitud
nos plantea una reflexión profunda: ¿Cuántas veces hemos sido como aquellos
hombres del poder y la religión? ¿Cuántas veces nos hemos aferrado a nuestras
propias ideas y posiciones, sin estar dispuestos a abrir nuestros corazones a
la verdad que viene de Dios?
La realidad
es que a veces nuestra visión se nubla por nuestros propios intereses, nuestros
egos y nuestras agendas personales. Nos negamos a ver lo que está justo frente
a nosotros: la presencia de Dios y su voluntad en nuestras vidas.
En esta
reflexión, podemos orar al Señor para que nos quite los velos que nos impiden
ver con claridad y sinceridad. Que podamos abrir nuestros ojos y nuestros
corazones para dejarnos acompañar e iluminar por aquellos que realmente
sienten, ven y viven en la certeza de la presencia de Dios.
Que el
ejemplo de humildad y claridad de Juan el Bautista nos inspire a buscar siempre
la verdad, incluso si va en contra de nuestras propias ideas y deseos. Que
estemos dispuestos a escuchar y seguir la voz de Dios sin importar las
apariencias o los títulos de quienes nos transmiten su mensaje.
Que nuestra
fe sea auténtica y sincera, que estemos dispuestos a dejarnos guiar por el
Espíritu Santo y a reconocer la grandeza de Dios en todos los aspectos de
nuestra vida. Que podamos aprender a vivir con humildad y a reconocer que somos
meros mensajeros de la verdad eterna que viene de Dios.