San Mateo, 18, 21-19,1
¡Cómo nos cuesta perdonar! La pregunta de Pedro a Jesús es
una pregunta profundamente humana. ¿Cuánto hay que perdonar? ¿Hasta dónde?
¿Cuántas veces?
Hablando una vez con un joven me decía: “Padre, ¿sabe lo que
pasa..? Yo perdono, pero no me puedo olvidar…”
El perdón es mucho más que el olvido. Olvidar significa que
lo que pasó no fue importante. Perdonar el algo muy diferente. Perdonar
significa renunciar a un pretendido derecho a réplica, a venganza, al “ojo por
ojo”, a cobrármela por mis medios, a buscar una pretendida justicia por mano
propia.
Perdonar es mucho más. Es renunciar a estas pretensiones
para no buscar más el mal y poder cortar el espiral de violencia en el que
vivimos. ¡Claro que podemos olvidar! Pero aquí, en la lógica del Reino, no se
trata de eso. Se trata de poder seguir adelante, confiando en las personas,
incluso en aquellas que se han portado mal conmigo o me han herido y lastimado.
Significa que yo no entro en la locura de la venganza. Significa que busco
construir la paz. No por olvidar. Sino por contar con la gracia, que es la vida
nueva de Jesús, para poder darle un nuevo significado a las cosas.
Perdonar no sólo nos acerca a Dios, sino que nos hace lo más
parecido a Él. Porque recibimos de Él solo misericordia, somos capaces de
compartir misericordia. Y eso es el perdón.
Celebramos hoy a Santa Clara de Asís, contemplando su vida y
despojo, podremos aprender un poco más. Queriendo conseguir la perfección,
dejándose enseñar por los Consejos de San Francisco, Clara comenzó a vivir una
vida de pobreza ejemplar, que motivó también a otras mujeres a vivir lo mismo.
Frente a las aparentes seguridades, ella le pedía al Santo
Padre: “le suplico que no me absuelva ni me libre de la obligación que tengo de
ser pobre como lo fue Jesucristo” A quienes le decían que había que pensar en
el futuro, les respondía con aquellas palabras de Jesús: “Mi padre celestial
que alimenta a las avecillas del campo, nos sabrá alimentar también a nosotros”
Junto a Francisco, Clara supo y quiso hacer lío, en aquel
tiempo específico de la Iglesia, haciéndose pobre, haciéndose niña,
dependiente, haciéndose periferia, y haciendo tanto bien a la Iglesia…