San Juan 12, 24-26
El 10 de agosto se conmemora a San Lorenzo, un santo
conocido por la crueldad con la que fue martirizado: quemado vivo en una
parrilla.
San Lorenzo fue uno de los siete diáconos de Roma, formaba
parte del grupo de hombres de confianza del Papa San Sixto, y se encargaba de
distribuir las ayudas a los más necesitados de la ciudad.
Antes de que el cristianismo estuviese aceptado, el emperador
Valeriano publicó un decreto que ordenaba la persecución y asesinato de todos
los que se declarasen cristianos. Uno de los asesinados fue el Papa San Sixto,
que estaba celebrando una misa en un cementerio de Roma el 6 de agosto, cuando
le mataron junto a cuatro de sus diáconos. Cuatro días después matarían a San
Lorenzo. La tradición cuenta que San Lorenzo, después de saber que habían
asesinado al Papa, recogió todo el dinero y los bienes que la Iglesia tenía en
Roma y los repartió entre los pobres y enfermos de la ciudad.
El dirigente de Roma mandó que lo mataran. Le metieron en
una parrilla de hierro y le pusieron en el fuego hasta que murió calcinado. La
leyenda cuenta que en su martirio, mientras ardía, el Santo pidió que le dieran
la vuelta para arder por los dos lados.