San Mateo 9, 18-26
Palabra de Dios que nos hace nuevamente un
llamado existencial, la humildad, ese es
siempre un camino seguro. Jairo era un hombre importante en medio de su pueblo
y sin embargo se acerca al joven Jesús de Nazaret, ese mismo que muchos
importantes de Israel rechazaban.
Su situación
de dolor, su situación de padre por su hija que se está muriendo le ayuda a
superar prejuicios y cualquier orgullo de casta. ¿Porqué será que muchas veces
el dolor y el sufrimiento nos ubica, nos baja de nuestra soberbia de creer que
somos mejores que los demás? Jesús atiende de inmediato su petición y marcha con
él a su casa para curar a la niña. Podemos afirmar que un hombre humilde es
siempre atendido por Dios, un corazón contrito y humillado el Señor no lo
rechaza, como dice el salmo 50…
La
Omnipotencia Divina parece quedar desarmada ante el humilde que se sabe sin
nada y acude confiado a quien lo tiene todo.
La mujer
hemorroísa elige ese mismo sendero de humildad, se esconde entre la multitud,
se considera indigna de que Jesús le hablara o la mirara, pues es impura según
la Ley de Moisés. Ocultada por la multitud de gente consigue por fin alargar su
mano y rozar con sus dedos el borde de la túnica del Señor.
El milagro
se produce. Dios vuelve a extender su mano a un alma sencilla y humilde. Pero
junto a la profunda humildad en estos personajes evangélicos emerge una fe
gigante, una confianza inquebrantable en el poder y la bondad de Dios. Jairo
sigue creyendo a pesar de que la niña estaba muerta y de que la gente se reía
de Jesús porque dice que se ha dormido. La hemorroísa sabe que con solo tocar
el borde de la túnica del Maestro quedará sana de su enfermedad, y así ocurrió,
y así ocurrirá también con nosotros siempre que nos acerquemos hasta Jesús
llenos de humildad, confiando en su poder sin límites y en su bondad infinita.