San Juan 20, 1-2.11-18
Realmente
nos encontramos en el Evangelio a un personaje muy especial del que nos
pareciera saberlo todo y del que casi no sabemos nada: María Magdalena
Se trata de una María de Magdala, ciudad
situada al norte de Tiberíades. Sólo sabemos de ella que Cristo la libró de
siete demonios (Lc 8, 2) y que acompañaba a Cristo formando parte de un grupo
grande de mujeres que le servían.
Los momentos culminantes de su vida fueron su
presencia ante la Cruz de Cristo, junto a María, y, sobre todo, el ser testigo
directo y casi primero de la Resurrección del Señor. A María Magdalena se le ha
querido unir con la pecadora pública que encontró a Cristo en casa de Simón el
fariseo y con María de Betania.
No se puede afirmar esto y tampoco lo
contrario, aunque parece que María Magdalena es otra figura distinta a las
anteriores. El rostro de esta mujer en el Evangelio es, sin embargo, muy
especial: era una mujer enamorada de Cristo, dispuesta a todo por él, un
ejemplo maravilloso de fe en el Hijo de Dios.
Todo parece que comenzó cuando Jesús sacó de
ella siete demonios, es decir, según el parecer de los entendidos, cuando
Cristo la curó de una grave enfermedad.
María Magdalena
es un lucero rutilante en la ciencia del amor a Dios en la persona de Jesús.
¿Qué fue lo que a aquella mujer le encantó en la persona de Cristo? ¿Por qué
aquella mujer se convirtió de repente en una seguidora ardiente y fiel de
Jesús?
¿Por qué para aquella mujer, tras la muerte de
Cristo, todo se había acabado? María Magdalena se encontró con Cristo, después
de que él le sacara aquellos "siete demonios". Es como si dijera que
encontró el "todo", después de vivir en la "nada", en el
"vacío". Y allí comenzó aquella historia.