San Mateo 9, 1-8
El pueblo de
Israel relacionaba, la desgracia y la enfermedad con el pecado. Dios, para
ellos, pagaba aquí y ahora según la conducta personal o familiar. Esto era
sumamente grave y peligroso. Si te sientes pecador como acusan los escribas,
terminarás despreciando tu propia vida, renegando de ella, porque serás siempre
malo y castigado por Dios.
Jesús, dice:
«¡Animo hijo!, tus pecados están perdonados». No hay pecado que sea
imperdonable porque no hay situación de la que el hombre no pueda salir. Nadie puede
caer demasiado bajo para Dios. Por muy perdido que uno esté, por mucho que te
desprecies a vos mismo, y no quieras saber nada más en la vida con los demás,
Dios puede con todo eso. Jesús ya lo derroto en la cruz.
Y como para
Dios el valor de un hombre no está en función de su pasado, sino de su futuro,
de lo que puede alcanzar a ser, su pasado queda perdonado. Dios valora el
futuro y perdona el pasado. Dios no juzga lo que hemos sido, sino lo que vamos
a ser, mientras tengamos vida hay esperanza de crecimiento, de conversión y por
tanto de perdón.
Y hoy
también la iglesia celebra los protomártires, aquellos primeros cristianos que
murieron por su fe.
Tanto el
historiador pagano Tácito, en su obran Annales, como el Papa Clemente, en su
Carta a los Corintios, testifican que muchos cristianos sufrieron martirio en
medio de indecibles tormentos con la persecución desencadenada por el emperador
Nerón después del incendio de Roma, en el año 64.
Algunos de
ellos fueron quemados como antorchas humanas en los banquetes nocturnos, otros
crucificados o echados como alimento de animales salvajes. Estos mártires
murieron antes que San Pablo y San Pedro y son llamados "Los discípulos de
los Apóstoles".