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8 de enero

 

San Juan 3, 22-30

Lo encontramos a Jesús que está bautizando. A ver esto los discípulos de Juan van y le dicen que aquel que estaba con él, a quien él había bautizado, también lo está haciendo. Un poco para despertar los celos de Juan. Algo muy semejante pasa cuando los discípulos le dicen a Jesús que algunas personas estaban echando demonios en su nombre a lo que Jesús responde “no se lo impidan porque el que no está contra nosotros está con nosotros”.

Aquí  vemos a Juan mostrando todo su corazón. Él dice “yo no soy el Mesías”. Sabe muy bien quien es, cual es su lugar.

Él no es La Palabra; él es “una voz que anuncia en el desierto: preparen los caminos para el Señor”. Juan tiene claridad de cuál es su lugar, algo que nosotros tenemos que descubrir; cual es mi lugar en el Reino de Dios, en la historia, en este tiempo que me toca vivir.

Todos tenemos un lugar propio, especifico, un lugar de criatura y solo Dios es Dios. San Agustín decía que Juan no obtiene la alegría de sí mismo, el que quiere encontrar la causa de su alegría en sí mismo estará siempre triste, pero el que quiera encontrar su alegría en Dios estará siempre alegre porque Dios es eterno.

¿Quieres s tener una alegría eterna? Átate al que es eterno. Esto es lo que hizo Juan; es preciso que Él crezca y que yo disminuya.

Alguien dijo una vez

Si no puedes ser un pino en la cima de la colina

sé maleza en él.

Pero sé la maleza justo al torrente.

Se arbusto si no puedes ser un árbol.

Si no puedes ser camino real, se atajo.

Si no puedes ser el sol, sé estrella.

No vencerás por el volumen

sino por ser el mejor de lo que seas.