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22 de julio

 

Juan 20,1-2.11-18

 

Queridos hermanos y hermanas, hoy celebramos la fiesta de Santa María Magdalena.

 

Santa María Magdalena es una de las figuras más importante de la vida pública de Jesús, porque ella formo parte del grupo de mujeres que seguían a Jesús en la tarea de la evangelización y que estuvieron junto a Él en el momento de la cruz, cuando los 12 se dispersaron.

 

A ella es a quien se le aparece Jesús resucitado antes que a nadie, con el encargo de llevar la noticia de la resurrección a la comunidad, por eso ella es: “La apóstol de los apóstoles”.

 

En el contexto de esta celebración, la liturgia de este día nos presenta en el evangelio todo el relato de la resurrección y del encuentro de María Magdalena en el sepulcro con Jesús. Ella cumple todo lo que el Señor le dice, “ve a decirle a mis hermanos”, “subo a mi Padre y Padre de ustedes, a mi Dios y Dios de ustedes”.

 

Una voz, un nombre y una mirada. De esa manera María pudo reconocer a Jesús a quien llamo “mi Maestro” y todo esto estaba fundado en el afecto y en la historia de esta amistad entre ellos que se vuelven a encontrar, ya Jesús como resucitado, después de la dolorosa separación que significo la pasión, crucifixión y muerte de Jesús.

 

Es todo, una historia de amor. Lo que María Magdalena expresa con su vida, nos enseña, también la mujer en la historia de la salvación, viene anclada en la misión que tiene que llevar adelante y empujar a los varones, a los discípulos, no solo a creer sino a anunciar a Jesucristo desde los pobres a todos.

 

Esta fiesta de María Magdalena nos tiene que ayudar a nosotros a estar continuamente descubriendo la presencia de Jesús resucitado en la historia para poder entonces, encontrarnos con Jesús en su palabra, en su cuerpo y en su sangre, en la Iglesia, en cada comunidad de la que participamos, en los signos de los tiempos y en los acontecimientos de la historia.

 

 

Esta figura del evangelio, testigo de la resurrección de Jesús, María Magdalena, nos ayude a todos a encontrar siempre el camino, para no dejar nunca de lado este anuncio afectivo y efectivo de un Jesús, de un Dios que se ha quedado entre nosotros para caminar con nosotros y acompañarnos en el camino que nos conduce al Reino