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17 de julio

 

Mateo 10,34–11,1

El Evangelio que la Iglesia nos propone hoy es un pasaje en donde hay expresiones de Jesús que suenan fuertes, incluso que aparecen como desconcertantes, y que necesitan una interpretación; una interpretación que no pretende rebajar, diluir, licuar el texto del Evangelio, sino que nos puede ayudar a comprenderlo adecuadamente.

 

Una de las cosas que tenemos que tener en cuenta es el modo de hablar propio de una cultura fundamentalmente oral. En tiempos de Jesús, pocos eran los libros y, sobre todo, pocos eran los que sabían leer y escribir; entonces los maestros tenían que esforzarse por hablar y enseñar de un modo que por sus expresiones, por sus palabras, captara la atención y grabara en la memoria lo que se quería proponer. De allí que algunas expresiones fuertes tienen ese objetivo, de reclamar la atención y de facilitar el recuerdo, la memoria de la propuesta, de la enseñanza.

 

Lo que Jesús quiere proponer es el lugar singular que Él tiene, Él no solamente es un Maestro, un Profeta, sino que es el Ungido de Dios, el Enviado, el Mesías, más aún, es el Hijo de Dios. Y a ese lugar, a esa misión, corresponde una adhesión total, incondicional, y esto es lo que el Señor reclama; “el que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”.

 

Entonces, frente a Jesús, ceden su lugar los afectos más sagrados, más queridos, no es que no tengan valor, no es que la adhesión a Jesús los cuestiona. Al contrario, Jesús los dignifica, y pone de relieve el mandamiento de honrar padre y madre, y de cultivar en definitiva los vínculos familiares; la adhesión a Jesús los ordena y los jerarquiza, es decir, primero el Señor.

 

Aquí, me parece, surge la invitación, a hacer esta elección que nos hace libres y que plenifica nuestra libertad; y que sepamos dispensar la honra de vida a quien representa a Jesús, que es también lo que Jesús pide en este Evangelio a sus enviados.

 

Y cuando decimos a quienes representan a Jesús, no sólo el Papa, no sólo los obispos, no solamente los sacerdotes y consagrados, sino también los papás para sus hijos, los hijos para sus papás, los hermanos entre sí, los amigos, los conciudadanos, los más pequeños.

Todo esto está invitando a tener un buen trato, conscientes de que el Señor va a recompensar convenientemente; Él que dice “cualquiera que dé de beber aunque sólo sea un vaso de agua fresca a uno de estos pequeños por ser mi discípulo no quedará sin recompensa2.

 

Entonces, es una invitación para elegir a fondo, en serio a Jesús, para reconocerlo en los demás, para honrarlo como se merece y para esperar con confianza la recompensa que promete.