San Mateo 10, 24-33
Se llamaba Juan, pero dicen que cuando era muy pequeño
enfermó gravemente y su madre lo presentó a San Francisco, el cual acercó al
niñito de cuatro meses a su corazón y le dijo:
"¡BUENA VENTURA!"que significa: "¡BUENA
SUERTE. BUEN EXITO!". Y el niño quedó curado. Y por eso cambio su nombre
de Juan por el de Buenaventura. Y en verdad que tuvo buena suerte y buen éxito
en toda su vida.
En agradecimiento a San Francisco su benefactor, se hizo
religioso franciscano. Estudió en la universidad de París, y llegó a ser uno de
los más grandes sabios de su tiempo. Se le llama "Doctor seráfico",
porque "Serafín" significa "el que arde en amor por Dios" y
este santo en sus sermones, escritos y actitudes demostró vivir lleno de un
amor inmenso hacia Nuestro Señor. Los que lo conocieron y trataron dicen que
todos sus estudios y trabajos los ofrecía para gloria de Dios y salvación de
las almas. A sus clases concurrían en grandes cantidades gente de todas las
clases sociales y sus oyentes afirmaban que mientras hablaba parecía estar
viendo al invisible.
Su inocencia y santidad de vida eran tales que su maestro,
Alejandro de Alex, exclamaba "Buenaventura parece que hubiera nacido sin
pecado original".
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Escritor famoso. Buenaventura, además de dedicarse muchos
años a dar clases en la Universidad de París donde se formaban estudiantes de
filosofía y teología de muchos países, escribió numerosos sermones y varias
obras de piedad que por siglos han hecho inmenso bien a infinidad de lectores.
Una de ellas se llama "Itinerario del alma hacia Dios". Allí enseña
que la perfección cristiana consiste en hacer bien las acciones ordinarias y
todo por amor de Dios. El Papa Sixto IV decía que al leer las obras de San Buenaventura
se siente uno invadido de un fervor especial, porque fueron escritas por
alguien que rezaba mucho y amaba intensamente a Dios.
Un santo elogia a otro santo. A San Buenaventura le
recomendaron que escribiera la biografía de su gran protector San Francisco de Asís
(la cual resulto muy hermosa) y dicen que cuando estaba redactándola, llegó a
visitarlo el sabio más famoso de su tiempo, Santo Tomás de Aquino, el cual al
asomarse a su celda y verlo sumido en la contemplación y como en éxtasis,
exclamó: "dejemos que un santo escriba la vida de otro santo", y se
fue. Así que estos dos sabios tan famosos no se trataron en vida pero se
admiraron mutuamente.