Lucas 17, 26-37
San Martin de Tours. Nació en Hungría, pero sus padres se
fueron a vivir a Italia. Era hijo de un veterano del ejército y a los 15 años
ya vestía el uniforme militar. Por el tenemos la palabra “Capilla” que significa
“mitad del manto”.
Durante más de 15 siglos ha sido recordado nuestro santo por
el hecho que le sucedió siendo joven y estando de militar en Amiens (Francia).
Un día de invierno muy frío se encontró por el camino con un pobre hombre que
estaba tiritando de frío y a medio vestir. Martín, como no llevaba nada más
para regalarle, sacó la espada y dividió en dos partes su manto, y le dio la
mitad al pobre. Esa noche vio en sueños que Jesucristo se le presentaba vestido
con el medio manto que él había regalado al pobre y oyó que le decía:
"Martín, hoy me cubriste con tu manto".
Después de esta visión, Martín se hizo bautizar (era
catecúmeno, o sea estaba preparándose para el bautismo). Luego se presentó a su
general que estaba repartiendo regalos a los militares y le dijo: "Hasta
ahora te he servido como soldado. Déjame de ahora en adelante servir a
Jesucristo propagando su santa religión".
El general quiso
darle varios premios, pero él le dijo: "Estos regalos repártelos entre los
que van a seguir luchando en tu ejército. Yo me voy a luchar en el ejército de
Jesucristo, y mis premios serán espirituales".
En seguida se fue al obispo el gran sabio San Hilario, el
cual lo recibió como discípulo y se encargó de instruirlo.
Como Martín sentía un gran deseo de dedicarse a la oración y
a la meditación, San Hilario le cedió unas tierras en sitio solitario y allá
fue con varios amigos, y fundó el primer convento o monasterio que hubo en
Francia. En esa soledad estuvo diez años dedicado a orar, a hacer sacrificios y
a estudiar las Sagradas Escrituras.
Un día en el año 371 fue invitado a Tours con el pretexto de
que lo necesitaba un enfermo grave, pero era que el pueblo quería elegirlo
obispo. Apenas estuvo en la catedral toda la multitud lo aclamó como obispo de
Tours, y por más que él se declarara indigno de recibir ese cargo, lo obligaron
a aceptar.
La gente se admiraba al ver a Martín siempre de buen genio,
alegre y amable. Que en su trato empleaba la más exquisita bondad con todos.
En los 27 años que fue obispo se ganó el cariño de todo su
pueblo, y su caridad era inagotable con los necesitados. Los únicos que no lo
querían eran ciertos tipos que querían vivir en paz con sus vicios, pero el
santo no los dejaba. De uno de ellos, que inventaba toda clase de cuentos contra
San Martín, porque éste le criticaba sus malas costumbres, dijo el santo cuando
le aconsejaron que lo debía hacer castigar: "Si Cristo soportó a Judas,
¿por qué no he de soportar yo a este que me traiciona?".
El medio manto de San Martín (el que cortó con la espada
para dar al pobre) fue guardado en una urna y se le construyó un pequeño
santuario para guardar esa reliquia. Como en latín para decir "medio
manto" se dice "capilla", la gente decía: "Vamos a orar
donde está la capilla". Y de ahí viene el nombre de capilla, que se da a
los pequeños salones que se hacen para orar.