San Juan 14, 1-6
Acostumbrados como estamos a que los Medios de Comunicación
nos sirvan casi siempre malas noticias, Jesús de Nazaret, por el contrario, es
el gran anunciador de buenas noticias. Todo su mensaje es evangelio, es decir,
buena noticia.
En este día de la conmemoración de todos los difuntos, una
de las buenas noticias que nos da es que hemos sido creados para la vida y no
para la muerte. Ahondado en nuestro interior podemos descubrir en él este
fuerte anhelo de vida.
Hay un primer dato, que bien podemos calificar de universal.
El deseo de felicidad, de una vida plenamente feliz, recorre el corazón de todo
hombre. No hace falta profundizar mucho en nuestra alma para encontrar en ella
este deseo.
Nos gustaría vivir
siempre, pero no de cualquier manera, no como vivimos ahora donde la luz y las
tinieblas se mezclan, donde la alegría y los dolores están entrelazados. Nos
gustaría vivir disfrutando continuamente de la plena felicidad, donde todo lo
negativo, eso que ahora nos hace sufrir, desapareciera para siempre. Nos
gustaría vivir así, no 20, 30, 100 años, sino durante toda una eternidad.
Nos podemos preguntar si este deseo universal de
inmortalidad no será como otros tantos deseos nuestros que nunca se cumplen. Y
es aquí cuando la persona de Jesús, nuestro Maestro y Señor, verdadero Dios y
verdadero hombre, viene en nuestra ayuda y disipa nuestras dudas y tinieblas.
Jesús sale a nuestro encuentro en el evangelio de hoy y nos
da una buena y estupenda noticia: “Yo soy la resurrección y la vida: el que
cree en mí, aunque haya muerto, vivirá: y el que está vivo y cree en mí, no
morirá para siempre”.
Jesús nos asegura que nuestro destino no es la muerte, la
nada, el cementerio, el crematorio… Nuestro destino es la vida en plenitud, la
felicidad total. Dios nos ha creado no para la muerte sino para la vida, para
que disfrutemos de la vida totalmente feliz.
“Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer
cielo y la primera tierra han pasado…Ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni
dolor”. Podemos y debemos mirar nuestro futuro no con miedo, con angustia sino
con profunda esperanza, sabiendo que lo mejor de nuestra vida está por venir.
Al terminar nuestro trayecto terreno nos espera Cristo Jesús para decirnos: “Vengan,
benditos de mi Padre, a disfrutar del reino preparado para ustedes desde la
creación del mundo”.