San Mateo 5, 1-12
El 1 de noviembre la Iglesia Católica celebra la Solemnidad
de Todos los Santos, tanto los conocidos como los anónimos. Es la celebración
de todos aquellos que comparten el triunfo y la gloria de Cristo en virtud a su
esfuerzo por seguir de cerca al Maestro.
La Iglesia celebra
este día vestida de blanco, al verse confirmada como madre que convoca a sus
hijos a la salvación; mientras que los hijos se ven fortalecidos por el ejemplo
de quienes se adelantaron en la fe y la caridad.
San Juan Pablo II, en la homilía de la misa dedicada a la
Solemnidad de Todos los Santos, en noviembre de 1980, decía: “Hoy nosotros
estamos inmersos con el espíritu entre esta muchedumbre innumerable de santos,
de salvados, los cuales, a partir del justo Abel, hasta el que quizá está
muriendo en este momento en alguna parte del mundo, nos rodean, nos animan y
cantan todos juntos un poderoso himno de gloria”.
Y es que esta
Solemnidad es día propicio para compartir el júbilo por la obra salvífica de
Dios a lo largo de los siglos. Obra que no se detiene jamás y que se renueva, a
cada instante, en cada ser humano que responde a la gracia de Dios, viviendo el
llamado a la plenitud en el amor.
La Solemnidad de Todos los Santos tiene sus orígenes en el
siglo IV, cuando el número de mártires de la Iglesia llegó a ser tal que era
imposible destinar un día del año para recordar a cada mártir. Entonces, la
Iglesia optó por hacer una celebración conjunta para honrar a todos los que
habían alcanzado el cielo, en un solo día, una vez al año.
Hoy, la Solemnidad de Todos los Santos compite, en distintos
ámbitos de la cultura, contra la “noche de Brujas” (Halloween) y su espíritu
comercial y profano. Por eso, es necesario que no perdamos de vista aquello a
lo que estamos llamados como cristianos: vivir la santidad y realizar todo bien
que provenga de Dios.
En el año 2013, el Papa Francisco hizo una hermosa
exhortación a la multitud que lo acompañaba en la celebración de esta
Solemnidad: “Dios te dice: no tengas miedo de la santidad, no tengas miedo de apuntar
alto, de dejarte amar y purificar por Dios, no tengas miedo de dejarte guiar
por el Espíritu Santo. Dejémonos contagiar por la santidad de Dios”.
No olvidemos nunca que ¡estamos llamados a ser santos! Y que
debemos recordar y agradecer la vida de esos hombres y mujeres que lo dieron
todo por amor.
¡Feliz día de Todos los Santos!