San Lucas 15,1-10
A veces tengo la sensación de que frente a este fragmento
del Evangelio solemos ponernos en el lugar de las noventa y nueve ovejas que se
quedan con Jesús. Y sentimos que Jesús va a buscar a aquellos que están lejos,
que se perdieron, que se han ido.
Pero creo que en realidad esta es una Palabra muy
vocacional. El Evangelio de hoy nos cuenta nuestra historia. Nos dice quiénes
somos. Nos narra nuestro origen.
Si uno hace memoria de su vida, hay un punto de inflexión,
un punto crucial en el que nos hemos sentido buscados, encontrados y cargados
por Jesús, Buen Pastor.
El Evangelio nos hace pensar más bien en nosotros que en lo
demás que supuestamente están perdidos. Somos nosotros lo que Jesús salió a
buscar y encontró. Porque todos nosotros estuvimos extraviados. Todos estuvimos
perdidos. Todos alguna vez recorrimos caminos de muerte.
Por eso hoy volvemos a reivindicar una y otra vez que la
oveja perdida somos cada uno de nosotros. Porque somos rescatados por Jesús.
Porque somos liberados por el poder de su Pascua. Porque somos sanados por la
fuerza de su nueva vida.
Sentirse “oveja perdida” es entirse una y otra vez que somos
salvados por Jesús. Es afirmar con contundencia que no se salva cada uno por
las suyas, sino que somos salvados por Jesús que nos reintegra al rebaño y nos
salva de manera colectiva, en comunidad, en Iglesia.
Te invito a tomarte en este día un tiempo personal para
pensarte “oveja perdida” y hacer memoria agradecida de ese momento, de ese
proceso, de ese acontecimiento, donde sentiste que Jesús dejaba las otras
noventa y nueve para ir a buscarte a ti
con predilección.
Y dale gracias.
Y súmate a la utopía del Reino y salir con Jesús, para -con
él- salir a buscar alguna otra oveja extraviada.