San Lucas 10, 17-24
Cada 1 de octubre recordamos a Santa Teresita del Niño
Jesús, religiosa carmelita descalza, nacida en Francia, quien vivió durante el
último cuarto del s. XIX.
"Quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra”
es quizás la frase que identifica mejor a Santa Teresita, porque expresa muy bien
su belleza y su sencillez. Aquellas palabras, al mismo tiempo, encierran una
profundidad inusitada: retratan perfectamente su visión de la vida, sostenida
en una fe y confianza inmensas, anclada en un corazón lleno de ternura y amor
por Cristo. Santa Teresita -aun habiendo sido monja de clausura- es considerada
patrona de las misiones y ostenta el título de Doctora de la Iglesia.
María Francisca Teresa Martin Guérin -nombre de pila de la
santa- vivió solo 24 años: nació el 2 de enero de 1873 (Normandía, Francia) y
murió el 30 de septiembre de 1897 (Lisieux, Francia). Su vida estuvo
caracterizada por su austeridad, lejos de los reconocimientos y el ruido del
mundo. Murió casi en el anonimato y a su funeral, en el antiguo cementerio de
Lisieux, no asistieron más de 30 personas. Por eso, puede que sorprenda a
algunos que esta jovencita haya podido dejar uno de los testimonios de amor más
excepcionales a la Iglesia y el mundo.
Una de las formas más sencillas para acercarse y comprender
el legado de esta santa es a través de “Historia de un alma”, un libro que
reúne sus escritos personales, y que fuera publicado un año después de su
muerte. Se trata, sin duda, de un texto que refleja muy bien lo que sucede en
un alma que ha sido transformada y que está completamente enamorada de Jesús.
Santa Teresa de Lisieux fue canonizada el 17 de mayo de 1925
por el Papa Pio XI, y proclamada Doctora de la Iglesia por San Juan Pablo II el
19 de octubre de 1997. El Papa Peregrino dijo aquella vez: “Teresa del Niño
Jesús y de la Santa Faz es la más joven de los ‘Doctores de la Iglesia’, pero
su ardiente itinerario espiritual manifiesta tal madurez, y las intuiciones de
fe expresadas en sus escritos son tan vastas y profundas, que le merecen un
lugar entre los grandes maestros del espíritu… El deseo que Teresa expresó de
pasar su cielo haciendo el bien en la tierra sigue cumpliéndose de modo
admirable. ¡Gracias, Padre, porque hoy nos la haces cercana de una manera
nueva, ¡para alabanza y gloria de tu nombre por los siglos!”, concluyó San Juan
Pablo II.